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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Soy la misma Sanguijuelera, más saludable que el tomillo, más fuerte que la puerta de Alcalá, siempre ligera para todo, siempre limpia como los chorros del oro, más fiera que el león del Retiro, si se ofrece, resignada con la mala suerte, sin deber nada a nadie, y más charlatana que todos los cómicos de Madrid».

Las superioras, tentadas por la fortuna del padre, que acabaría por pasar a la comunidad, mostrábanse transigentes y buenas; pero los rebaños monásticos alborotábanse ante la idea de recibir en su seno a una de «la calle», y no humilde ni resignada para soportar la superioridad de las otras, sino rica y soberbia.

Los gañanes vivían también en la miseria y sufrían hambre, pero no eran gente tan noble y resignada como la del monte, que se conservaba pura en su aislamiento. Tenían los vicios de la aglomeración, eran desconfiados, veían enemigos en todas partes.

Maltrana, que en otros tiempos había hecho frente a la miseria, con la alegre inconsciencia del pájaro errante, se desesperaba y sentía pasar por su cerebro los más lúgubres pensamientos al ver a Feli, resignada y silenciosa, trabajando con sobrehumano esfuerzo, mientras la cocina estaba fría y no se encontraba en los rincones el más pequeño mendrugo.

Ella, como , áun lleva la frente pura y alta, tiene el alma serena y el corazon sin hiel; piadosa para todos, ignora qué es la envidia y sufre resignada el mal y la perfidia sin pensar en quien lo hace y sin quejarse de él.

En seguida dio Morsamor sus instrucciones a los jefes y ordenó que ocupase su puesto cada uno. La nueva Argo siguió huyendo, pero con muestras de desesperación y de miedo, sin desplegar más velas, como si pareciese resignada ya a entregarse al enemigo. El corsario, impaciente, lanzó, no obstante, tres disparos de falconete para que la nueva Argo se rindiera.

Ojeda creyó adivinar en la faz triste de Mina un sinnúmero de miserias inconfesables. Se imaginaba la vuelta del teatro de estos dos seres que ya no podía entenderse: ella resignada, con mudos gestos de desesperación; él embrutecido por la amargura del fracaso.

Marta sintió que me había hecho mal; alzando sus delgados brazos hasta mi cuello, me dijo: Compréndeme, Olga; no son celos los que experimento; soy tan poco celosa, que mi deseo más ardiente es que os entendáis ambos después de mi muerte, y que... ¡Después de tu muerte! exclamé espantada. ¡Marta, no digas eso! ¡Es un crimen! Ella se sonrió, triste y resignada. Lo mejor que dijo.

En fin, que si no arreglaba el conflicto la nevada, había para volverme tarumba y tener por cuerda y resignada a la mujer gris en sus recientes apuros. Por lo pronto, y esto me calmaba algo las inquietudes, había muchas horas por delante; se vería qué rumbos iba tomando y cómo se portaba el temporal insinuado, y qué marcha seguía durante la mañana la agravación de mi tío.

Las manos se dejaron tocar á través de los guantes con una pasividad resignada, pero de pronto resucitaron, desprendiéndose violentamente de las de Miguel, como si acabasen de recibir un profundo choque. «¡No! ¡no!» Y el príncipe tuvo la convicción de que entre los dos existía una especie de flúido repelente, algo que no había conocido hasta entonces: el miedo á su persona.

Palabra del Dia

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