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Ya no resultaban oportunos los rencores políticos; todos eran mujeres y tenían el deber de morir defendiendo el orden social, puesto en peligro por las utopías anárquicas de unos cuantos varones ambiciosos ó locos, olvidados de las virtudes, respetos y jerarquías que forman la base de un país sólidamente constituído.

Y luego que se les calienta la cabeza, y pierden aquel poco juicio que antes tenían, á lo mejor de la embriaguez paran todas sus fiestas en peleas, heridas y muertes; porque los rencores y los odios sepultados largo tiempo en sus pechos alevosos, por cobardía y temor, salen á fuera en tales ocasiones y se procuran vengar con furor increíble; y lo que causa más admiración es que los parientes de los muertos no se sienten nada de la injuria recibida, cuando vuelven en , por más estrecho que sea el parentesco.

Tenía yo una singular necesidad de afirmar mi amor, tanto para mismo como para ella. Era aquello como una especie de exorcismo contra los malos pensamientos, las cóleras y los rencores que me torturaban hacía algún tiempo. Luciana me escuchaba muy grave y como ensimismada en sus pensamientos, dudando si creer en mis protestas, o acaso interrogándose a misma, no lo .

De estas dos familias han salido una multitud de hombres notables en las armas, en el foro y en la industria, porque Dávilas y Ocampos trataron siempre de sobreponerse por todos los medios de valer que tiene consagrados la civilización. Apagar estos rencores hereditarios entró no pocas veces en la política de los patriotas de Buenos Aires.

He sido más afortunado que dijo Salvador, apartándole otra vez del fuego, que le atraía como a mariposa , porque yo hace tiempo que he olvidado todas las ofensas; hace tiempo que he cogido todos los rencores y arrancándolos de los he echado fuera, como se echa este papel al fuego. Salvador arrojó al fuego un papel que ardió instantáneamente con llamarada juguetona.

Los había en el mundo también. ¡Pero qué feos eran, qué horrorosos! ¿Cómo podía ser que tanto deleitasen aquellas traiciones, aquellas muertes, aquellos rencores en verso y en el teatro? ¡Qué malo era el hombre! ¿Por qué recrearse en aquellas tristezas cuando eran ajenas, si tanto dolían cuando eran propias? ¡Y él, el miserable, hombre indigno, cobarde, estaba filosofando y su honor sin vengar todavía!... ¡Había que empezar, volaba el tiempo!... ¡Otro tormento! ¡el orden de la función, el orden de la trama! ¿Por dónde iba a empezar, qué iba a decir; qué iba a hacer, cómo la mataba a ella, cómo le buscaba a él?».

De sus armarios salían las ropas para los pobres; de su despensa los comestibles para los desvalidos; de sus trojes el grano para los labradores arruinados; costeaba médico y botica; por su precepto, iban los niños a la escuela; con su prudencia enfrenaba discordias, desvanecía rencores, y añadiendo a la limosna que puede dar el rico la compasión que solo siente el bueno, siempre y para todos, tenía piedad en el corazón y consuelo en los labios.

Estar libre de rencores prosiguió Lázaro en voz muy baja: ¡amar sin recelo, sin temor; despreciar el mundo, las traiciones, las asechanzas; hallar regocijo en las persecuciones, y sacar consuelo hasta de las desventuras!... ¡Oh, qué feliz es usted...! Después de una pausa, la voz de la mujer mística resonó como un eco lejano para decir: No, amigo mío: yo no soy feliz; soy muy desgraciada.

Complacido quedó el modesto artista al oir aquellos espontáneos elogios, y no menos al pensar que en la vida no todo eran rencores, luchas, crímenes y engaño, sino que podía ofrecer también momentos de legítima satisfacción.