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Actualizado: 29 de junio de 2025
Hay, pues, que defenderle, porque aquel hombre es como la bandera en quien van vinculados el prestigio y la gloria y el dinero de todos. Entonces, frente á la batería, cara á cara con el público, el dulce y temible enemigo de los artistas, las pequeñas antipatías se olvidan: hay que vencer, aunque luego, ya en la intimidad y pasado el peligro, los rencores y los celos retoñen.
Embajador de madre Hispania: alzo la copa a lo alto del Ensueño por la salud de Europa, la Europa uncida al yugo del hado militar bautizada con sangre por aire, tierra y mar, la Europa que há rencores de hermanos entre hermanos pero jamás de bardos indios y castellanos, porque es la onda que corre por la arteria del verso piélago de armonías que baña el Universo.
Hacía más dura su separación la idea que ambos tenían formada del mundo, al que consideraban desde su tranquilo refugio como centro de iniquidades, peligros y rencores. Los monjes y novicios que no habían salido á sus quehaceres esperaban á Roger en el pórtico, donde se despidieron de él con efusión, pues de todos era grandemente apreciado.
Nélida le cedía a perpetuidad el loro y la mona regalados por Ojeda, y esta merced generosa había acabado de extinguir sus antiguos rencores. Ocupado en sus caricias a estos compañeros, no se acordaba de nada. El padre y su montaraz primogénito habían pasado varias horas en la noche anterior y en esta mañana hablando de negocios.
Tal vez más adelante, ¡pero ahora!... Ahora quiero ser tu compañero, tu hermano, lo que tú quieras que sea, pero al lado tuyo. ¿Por qué huyes de mí? ¿por qué me cierras tu puerta como á un extraño?... Continuó desordenadamente sus quejas, sus protestas, sus rencores, por aquel alejamiento inexplicable.
Versos de Luís G. Ortiz, de Collado, de Roa Bárcena, de Sierra, de Segura, de Ipandro Acaico.... ¡Qué amable, qué simpática me parecía la unión de todos estos escritores, algunos contrarios en ideas políticas, todos amigos sinceros en literatura y en arte! Así debía ser, así me imaginé siempre la república literaria, sin odios, sin envidias, sin rencores.
Era la sumisión de los hombres de Iglesia, acostumbrados desde el Seminario a una humildad aparente que encubre rencores y odios de una intensidad no conocida en la vida vulgar. El cardenal adivinaba el desaliento tras esta modestia y paladeaba su triunfo.
Ayestarain comprendió al parecer la parte de verdad que había en lo anterior, porque no insistió, y hasta que se fué no volvimos a hablar de aquello. Todo esto está bien. Lo que no lo está tanto es que hace diez minutos acabo de recibir una esquela del médico, así concebida: Amigo Durán: Con todo su bagaje de rencores, nos es indispensable esta noche.
Si se hace uno cruces al notar aquella falta de rastros históricos donde tanto debieran abundar, le dicen los doctos villavejanos: «eso y más de otro tanto destruyó la francesada.» «Corriente, se les replica; pero ¿en qué consiste lo del mapa? ¿por qué no figura este puerto en él?» A estas preguntas responden que también eso es obra de los franceses, por rencores de otros tiempos, es decir, de los tiempos de «la francesada». Aquí anda «la francesada» todavía tan fresca y tan rozagante como si hubiera pasado por Villavieja antes de ayer.
Todo el furor de quantos ya son muertos En este pueblo, en polvo reducido, Todo el huir los pactos y conciertos, Ni el dar á sujecion jamas oido, Sus iras y rencores descubiertos Está en mi pecho todo junto unido; Yo heredé de Numancia todo el brio, Ved si pensar vencerme es desvario.
Palabra del Dia
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