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Actualizado: 16 de julio de 2025
Dentro de una habitación caleada, pero negruzca ya por todas partes, y donde apenas se filtraba luz al través de los vidrios sucios de alta ventana, vieron las dos muchachas hasta veinte hombres vestidos con zaragüelles de lienzo muy remangados y camisa de estopa muy abierta, y saltando sin cesar.
Los hombres, remangados de piernas y brazos, o desnudos, sin otra concesión al pudor que la faja, esa prenda que jamás se despega de la piel del labriego; las mujeres con las faldas a la cabeza, hundiendo en el barro sus tostadas y enjutas piernas de bestias de trabajo; todos mojados de cabeza a pies, con las ropas mustias y colgantes adheridas a la carne.
El ideal se mostraba en su posible desnudez, los brazos remangados hasta el sobaco, el liviano pañuelo de percal arriado hasta donde el pudor empezaba a gritar con fuerza. El mórbido cuello relucía con el sudor, las mejillas se inflamaban y los negros y mal peinados cabellos caían en crenchas sobre la espalda y en rizos sobre la frente salpicada también de menudas y brillantes gotas de agua.
En uno de los ángulos había un pozo, junto al cual, sin miedo al sol que la hostigaba con su seco ardor, estaba una muchacha jabonando ropa blanca en una artesa, remangados los brazos y con la falda de percal sujeta entre las piernas.
Por eso se celebró el acontecimiento como uno de los de más transcendencia, por aquellos sencillos habitantes, y fueron los tenderos, durante algunos días, el objeto de la admiración de todos sus convecinos; admiración que recibieron los admirados con toda la dignidad del caso: Simón, con los brazos remangados hasta el codo, de pie, y con el índice y el pulgar de cada mano apoyados sobre el mostrador; Juana, sentada detrás de éste, con el hocico plegado y los párpados muy caídos.
Unos iban al río y con los calzones remangados entraban en él y pescaban con atarraya ó con caña las sabrosas truchas salmonadas, las anguilas y lampreas; otros sacudían los castaños y amontonaban los erizos en un cerco hecho de piedra para que allí se pudran y dejen suelto el fruto; otros aguijaban los bueyes delante del carro; otros fabricaban madreñas debajo de un hórreo.
¿Quién dio la noticia? Un pilluelo, que, con los calzones remangados, venía al trote largo desde la plaza de la Fruta, allá en el barrio de Arriba. Oídos sus informes, las miradas se volvieron ansiosamente hacia los cuatro puntos cardinales, y cada boca murmuró pegándose a cada oído ajeno dos palabras preñadas de espanto: «Viene tropa».
Vestía traje sencillo de percal azul con pañuelo negro de seda anudado á la espalda, los cabellos sencilla y graciosamente peinados, los brazos un poco más fuertes y macizos de lo que exigiría un escultor, pero blancos é incitantes de todos modos, remangados hasta más arriba del codo; la fresca, mantecosa garganta al aire también.
¡Claro, como que nació de cabeza! gritó D. Venancio, que estaba al otro lado del lecho, con los brazos remangados, con algunas manchas de sangre en la camisa y en el levitón, sudando, muy semejante a un funcionario del Matadero. ¡Pero estuvo mucho tiempo coronado..., Bonis! Sí, siglos dijo el médico. A ti no se te dijo; se te hizo marchar; pero hubo peligro, ¿verdad, D. Venancio?
Tenten, con quien hacía treinta años compartía en paz y en gracia de Dios la distinción de Cabeza, primero, llamándose entonces Cabezang Tintay, la dignidad de Teniente mayor después, en que pasó á ser Tenientelang Tintay, y la majestad de Capitán más tarde, en que cambió todos los anteriores calificativos por el nuevo y retumbante de Capitana Tintay, capitanía que ya jamás abandonará, pues aun cuando su consorte se despoje de la recortada y negra chaqueta y de los tiesos y blancos faldones que le dan carácter, sustituyéndolos por los remangados calzones y la abierta camisa del sementerero, Tintay seguirá siendo la Capitana Tintay.
Palabra del Dia
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