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Actualizado: 23 de junio de 2025


Se fue a la cocina; metió en el gran saco de cuero el hacha encantada, un pan fresco, un pedazo de queso y un cuchillo; se echó el saco a la espalda, y salió andando por el bosque, mientras Pedro lloraba, y Pablo reía, pensando en que no volvería nunca su hermano del bosque del gigante.

Gritaba la Marquesa, reía a carcajadas Obdulia, sonaba la voz gangosa de una hija del Barón... y atrás quedaba el ruido del wals que comenzaba. «¿A dónde la llevaban?». A cenar. A cenar, hija mía le dijo al oído Quintanar . ¡Y por Dios, Anita, que no se te ocurra negarte... sería un desaire!...

Todos se pirraban por meterle miedo y verle compungido. El Gobernador estuvo más de media hora hablándole del infierno y de las penas de los condenados; tizonazos por aquí, requemones por allá... ¡Como si hablase a la pared! El se reía, y de vez en cuando pedía una copa de aguardiente.

Fue después una satisfacción íntima, pronto voluptuosa inquietud al advertir que, cuando le daban bromas con él, Adriana ya no reía.

Cuando alguna vez le había hablado de las prácticas religiosas, Álvaro había respondido con alguna invectiva grosera contra los clérigos de Peñascosa; a unos los consideraba idiotas, a otros malvados; de todos se reía a mandíbula batiente. Pero ¿qué podía decir de este muchacho tan bueno, tan estudioso, de costumbres tan puras y austeras?

Más vale que don Guillén no haya acudido a la mesa, porque le abochornaría esa abominación. A todo esto, Fidel, el mozo, se reía cazurramente. Terminada la comida, salí de la metrópoli y me encaminé a mi colonia. Como cosa de veinte pasos delante de iba Fidel, conduciendo una gran bandeja, cubierta con un mantelillo. Nos juntamos en el pasillo adonde daba mi habitación.

Habíaseles traslucido algo de la comision de Babuco, y uno de ellos en voz baxa le suplicó que exterminase á un autor que no le habia dado suficientes elogios; otro lo pidió la pérdida de un ciudadano que en sus comedias nunca se reía; y otro la extincion de la academia, porque jamas habia podido conseguir ser su individuo.

Había recibido la noticia en Madrid al salir de una corrida de novillos organizada para dar a conocer a cierto «niño» de las Ventas. Una payasada que le había divertido mucho... Y reía, tras una noche de cansancio en el tren, recordando esta corrida grotesca, como si hubiese olvidado el objeto de su viaje.

Luego salían, iban a echar una ojeada a la trinchera, volvían a calentarse, y todo el mundo, al recordar a Riffi, sus alaridos cuando se le iba el caballo y sus gritos de angustia, se reía hasta desternillarse. Eran las once. Aquellas idas y venidas duraron hasta mediodía, momento en que Marcos Divès penetró rápidamente en la sala gritando: ¡Hullin! ¿Dónde está Hullin? Aquí estoy. ¡Pronto, ven!

Noté que nadie se reía de ; que nadie me miraba, que todos, cuando pasaba junto á ellos el capitán, que me llevaba de la mano, se descubrían. Era él el capitán de la galera, y además muy rico y muy principal. Por eso me respetaban todos. Y yo iba mal vestida, despeinada, descalza. Y, sin embargo, don Hugo de Alvarado, que así se llamaba mi esposo...

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