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Actualizado: 4 de junio de 2025
Llegó Tòni, pegando su cara al redondel para recibir las quejas furiosas de su capitán. «¿Por qué le habían dejado solo con aquella mujer?... Debían sacarla del buque inmediatamente, aunque fuese á viva fuerza... El lo mandaba.» El piloto se alejó con aire azorado, rascándose la barba lo mismo que si acabase de recibir una orden de difícil ejecución.
El júbilo, la alegría nerviosa que comunica la esperanza del placer, brillaba en todos los ojos. Al fin los alguaciles salieron a despejar, y los aficionados del redondel se fueron retirando hasta dejarlo enteramente libre. Enrique y Miguel, que habían estado en los patios interiores hablando un momento con el Cigarrero y su cuadrilla, también fueron a ocupar los respectivos asientos.
Son hermosísimos, como producto de varias civilizaciones, pero tristones, desesperados, lóbregos, reveladores del alma de un pueblo enfermo, que no halla mejor diversión que ver derramar sangre humana y patalear jacos moribundos en el redondel de un circo. ¡La alegría española! ¡El regocijo andaluz...! Deje usted que me ría.
Pronto lo alcanzaría éste; el viento era escaso; de vez en cuando una ráfaga; luego la calma ecuatorial, densa, anonadadora, que parecía gravitar sobre el Océano, conmovido apenas por ligeros estremecimientos. Marcábase de pronto sobre este mar luminoso un gran redondel negro.
Antes hacían de plata pura todo lo de la mesa, y las jarras y fruteras que se hacen hoy en máquina: no más que para darle figura de jarra a un redondel de plata estaba el pobre hombre dándole con el martillo alrededor de una punta del yunque, hasta que empezaba a tener figura de jarrón, y luego lo hundía de un lado y lo iba anchando de otro, hasta que quedaba redondo de abajo y estrecho en la boca, y luego, a fuerza de mano, le iba bordando de adentro los dibujos y las flores.
Pasaban ante el luminoso redondel como una nube de proyectiles negros. Al agotarse la provisión, los comisionistas musculosos y los pastores de las praderas cogieron las sillas y las mesas de la cubierta, y todo comenzó a pasar sobre la borda, cayendo en el agua con ruidoso chapoteo.
Don Marcelo se explicó lentamente, contemplando á corta distancia de sus ojos el negro redondel del tubo amenazador. No había visto franco-tiradores. El castillo tenía por únicos habitantes el conserje con su familia, y él, que era el dueño. Miró el oficial al edificio y luego examinó á Desnoyers con visible extrañeza, como si lo encontrase de aspecto demasiado humilde para ser su propietario.
Había que cuidarlo a todas horas, preocuparse de los pastos y las aguas, trasladarlo de un sitio a otro con los cambios de temperatura. Cada toro costaba más que el mantenimiento de una familia. Y cuando estaba ya en sazón, había que cuidarlo hasta el último momento, para que no se desgraciase y se presentara en el redondel honrando la divisa de la ganadería que ondeaba en su cuello.
El entusiasmo del público, su alegre agitación al recordar la hazaña de Gallardo y la certera estocada con que el otro maestro había dado muerte al primer toro, trocáronse en mal humor y protestas al ver el segundo en el redondel.
Muchas mujeres, en horas de confianza, le habían revelado la emoción, la curiosidad y el deseo que sintieron al verle por vez primera en el redondel. La mirada de doña Sol no se bajó al encontrarse con la del torero; antes bien, permaneció fija, con una frialdad de gran señora, obligando al matador, respetuoso con los ricos, a desviar la suya.
Palabra del Dia
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