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Actualizado: 4 de junio de 2025
El Chiquito de Ciérvana se pavoneaba con la palanca al hombro, presuntuoso como un torero en el redondel, como un pelotari célebre en la cancha, mirando á las mujeres que ocupaban los balcones. ¡Olé, mi niño! gritaban los mineros. ¡Ené el Chiquito!... Ahora se va á ver lo bueno de las minas. ¡Aquí hay cartera para él!
A la terminación de cada toro que matase Juan enviaría razón de lo ocurrido con un chicuelo de los que pululaban en torno de la plaza. La corrida fue un éxito ruidoso para Gallardo. Al entrar en el redondel y escuchar los aplausos de la muchedumbre, el espada se imaginó haber crecido. Conocía el suelo que pisaba: le era familiar; lo creía suyo.
Apuntábanse las filas de gemelos a lo largo de la borda, y en el redondel de sus oculares aparecía un amontonamiento de rocas flanqueado por otras sueltas en forma de islotes; pedruscos negros, rugosos, que recordaban la piel de los paquidermos, y en torno de los cuales levantaba la resaca enormes rociadas de espuma. El mar tranquilo alterábase al tropezar con este obstáculo inesperado.
Este terreno era para ellos y para el Zapaterín el redondel de la plaza de Sevilla. Pronto estaba el muchacho a verse cara a cara con la verdad. Su protector había adquirido para él un traje de «luces» algo usado, desecho de un matador sin nombre.
Gran parte de su existencia la había pasado oyendo hablar de corridas; pero en los relatos de estas fiestas sólo veía lo externo, lo que ve todo el mundo: los lances del redondel, a la luz del sol, con brillo de sedas y bordados; la representación fastuosa, sin conocer los preparativos odiosos que se verificaban en el misterio de los bastidores. ¡Y ellos vivían de esta fiesta, con sus repugnantes martirios de animales débiles! ¡Y su fortuna había sido hecha a costa de tales espectáculos!...
En vano el banderillero hacía memoria del suceso, con toda clase de detalles, para convencerla de que la desgracia había sido casual. No; Gallardo, según ella, había querido acabar para siempre, y a no ser por el banderillero, le habrían sacado muerto del redondel. Cuando terminaron las operaciones, la familia volvió a la casa.
Al evocar la grandeza romana, todos veían con la imaginación el enorme Coliseo, redondel de matanzas, ó los arcos elevados á la gloria de Césares ineptos. Las obras representativas de los pueblos tenían dos significados: el interior é inmediato que le daban sus creadores, y el exterior, de un interés universal, que les comunicaban luego los siglos, haciendo de ellas un símbolo.
Aumentaba la ruidosa protesta con estas fugas. «¡Señor presidente! ¿Era que estaba ciego su señoría?...» Comenzaban a caer en el redondel botellas, naranjas y cojines de asiento en torno de la bestia fugitiva. El público la odiaba por cobarde. Una botella dio en uno de sus cuernos, y la gente aplaudió al certero tirador sin saber quién era.
Su sombrero de majestuosa halda tenía los bordes roídos y las plumas rotas. Vió sus pies por debajo de la mesa, y como la falda se le había subido al sentarse, pudo contar los agujeros y los remiendos de sus medias. Uno de sus zapatos mostraba la suela perforada por el uso, con un pequeño redondel en el sitio correspondiente á los dedos.
Había que halagar a los «ciudadanos» del sol, tumultuosa y terrible demagogia que llevaba a la plaza los odios de clase, pero con la mayor facilidad convertía los silbidos en aplausos así que una leve muestra de consideración acariciaba su orgullo. Los peones, arrojando sus capas al toro, emprendieron carrera para llevarlo al lado del redondel caldeado por el sol.
Palabra del Dia
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