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Por fortuna, la vaca no le hizo daño ni caso, porque sólo llamaba su atención y la atraía poderosamente aquella masa redonda y colorada que corría delante de ella agitando mucho las faldas. Como la calle estaba cubierta de gayomba y de juncia y con muchas gotas de cera que habían caído al pasar la procesión, el piso resbalaba demasiado.

Pero nuestro joven no se dejó abatir por estas nubecillas tan frecuentes entre enamorados y continuó bloqueando, unas veces por medio de pláticas eruditas y otras con actitudes lánguidas y románticas, la carita redonda y los tres mil duros de renta de la inquieta damisela.

En el lugar gozaba de celebridad envidiable por mil motivos, y entre otros, porque hacía el papel de Abraham en el paso de Jueves Santo por la mañana, tan admirablemente bien, que nadie se le igualaba en muchas leguas á la redonda. Con un vestido de mujer por túnica, una colcha de cama por manto, su turbante y sus barbas de lino, tomaba un aspecto venerable.

La mar, absolutamente muerta, nos retuvo hasta el anochecer. Serían ya las siete en el momento de aparecer la luna llena, redonda, envuelta en caliente neblina que la enrojecía; a falta de brisa, menester fue armar los remos. Todo esto que le refiero a usted, allá, cuando yo era joven, más de una vez me pasó por la cabeza la idea de escribirlo o como entonces se decía, contarlo.

Cuando la era solo de piedra y barro; pero creo que despues ha sido reedificada con cal. La bahia tiene desde la entrada, mas de legua y media de largo, y esta misma bahia es casi redonda: en ella, hácia el este, hay una pequeña isla abundante en conejos, llamada por los españoles, la Isla de los conejos.

Era el único de la familia que quedaba en España, y las Cortes habían echado mano de él para dar cierto tinte dinástico a su autoridad revolucionaria. Cuando al terminar la guerra volvió a su sede el pobre cardenal, el señor Esteban se enterneció viendo su rostro de niño triste, rematado por una cabeza de redonda e insignificante pequeñez.

En la mesa redonda se habían sentado los dos bandos que habían jugado a la pelota, separados. Fernando, viendo que traían en una fuente piernas de carnero, dijo a dos o tres en voz baja: Yo no de dónde saca el amo estas piernas de perro tan hermosas y con tanta carne. ¿Pero son de perro? dijeron ellos. , de perro; pero no se lo digáis a esos, que se fastidien. ¿Pero de veras, Fernando?

No había quedado perro ni gato, en diez leguas á la redonda, á quien D. Casimiro no hubiera dado parte de su ventura. Ahora, su caída y su desventura debían de ser é iban siendo no menos sonadas, y, por desgracia, harto más aplaudidas. La vanidad del hidalgo bermejino recibía desaforados golpes. Pero ¿cómo vengarse?

Se celebró la boda, con la posible solemnidad, en la iglesia de Zaro y luego la fiesta en la casa de Bautista. Hacía todavía frío, y los aldeanos amigos se reunieron en la cocina de la casa, que era grande, hermosa y limpia. En la enorme chimenea redonda se echaron montones de leña, y los invitados cantaron y bebieron hasta bien entrada la noche, al resplandor de las llamas.

¿Eh, quién va? dijo entonces, volviéndose. Entre las sombras de la sala distinguió la figura de la niña que estaba antes sentada debajo del corredor. Podría contar quince años de edad, y a lo que logró percibir, tenía una carita redonda y morena, bastante insignificante, y gastaba el cabello en trenza todavía. Dice mi tía que si quiere V. cenar manifestó la chica, con voz temblorosa.