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Actualizado: 17 de junio de 2025


Querría volver a verte como te había visto, estrecharte, enlazarte entre mis brazos, desflorar con mis labios una de las trenzas de tus cabellos querría oír tan sólo el rumor de tus ropas al rozar con los matorrales, el ruido de tus pasos sobre las hojas secas, como cuando en el recodo de un sendero, ese ruido me anunciaba tu presencia . ¡Ay! ¡yo querría que me fuese dable perseverar en el error, creer aún en tu amor, no haberme desengañado!

Al pasar frente á la iglesia se abrieron las puertas de ésta para dar salida á numeroso grupo de fieles. Roger dobló la rodilla y se descubrió, pero antes de que terminara su corta oración ya habían desaparecido sus dos compañeros en el recodo que más allá de la iglesia formaba la calle del pueblo y Roger tuvo que correr para alcanzarlos.

Ya era un rayo que daba sobre un monte, como el acero de un gigante sobre el castillo donde supone a su dama encantada; ya un león con alas, que iba de nube en nube; ya un sol virgen que de un bosque temido, como de un nido de serpientes, se levanta; ya un recodo de selva nunca vista, donde los árboles no tenían hojas, sino flores; ya un pino colosal que, con estruendo de gemidos, se quebraba; era una grande alma que se abría.

Después habían aparecido en el parque dos hombres, Mesía y Quintanar. Don Álvaro había estrechado la mano de la Regenta que no la había retirado tan pronto como debiera; «¡aunque no fuese más que por estar viéndolos él!». Don Víctor había desaparecido y el seductor de oficio y la dama se habían ocultado poco a poco entre los árboles, en un recodo de un sendero.

El extranjero, al volver cada recodo, se hace la ilusion de que le espera una celada morisca en alguna de las mil encrucijadas que se complican y enlazan en la mas enredada trabazon. Donde quiera empedrados atroces, murallones irregulares, repechos, ángulos y curvas indescriptibles que desafían al mas hábil matemático por su ausencia de figuras determinadas.

Pasó mucho tiempo, sin que ellos mismos pudieran precisar el número de años transcurridos: porque las esperanzas y fatigas les hicieron perder la cuenta, hasta que una mañana, cuando menos lo esperaban, al dar vuelta a un recodo, se encontraron casi simultáneamente en la esplanada que rodeaba el alcázar dónde vivía la dama de sus pensamientos.

Caminaban por una senda estrecha abierta entre los maizales. El teólogo iba delante y el P. Gil detrás. Súbito aquél paró en firme el paso y la lengua. Al doblar un recodo se encontró de frente con el hijo de Cosme, que traía colgado a la espalda un cesto mediado de anguilas. Verlo el teólogo y arrojarse sobre él sin conmiseración fue todo uno.

Al día siguiente, es decir, ayer muy temprano, había partido á caballo para vigilar en los alrededores el corte de algunos bosques. A eso de las cuatro de la tarde volví en dirección al castillo, cuando en un brusco recodo del camino halléme súbitamente de frente á frente con la señorita Margarita. Estaba sola. Disponíame á pasar, saludándola; pero ella detuvo su caballo.

Satisfecho de la diligencia y fortuna con que dejaba orillado este negocio, Bonis se detuvo, al salir del lugar, en un recodo del camino solitario, junto a un puente de madera que atravesaba el Raíces, riachuelo poético, sinuoso, que a la sombra de árboles infinitos corría al próximo Océano, sin gran prisa, seguro de llegar antes de la noche; y eso que el sol ya se había escondido tras de las olas que bramaban a lo lejos.

Ocultáronse al fin todos en el último recodo del camino, y sólo quedó la llanura árida, la polvorienta carretera, el pueblo de barracas, el colegio solitario, silencioso como una jaula de jilgueros vacía, y a lo lejos, acechando entre la bruma, Madrid, la gran charca.

Palabra del Dia

cabalgaría

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