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Actualizado: 10 de julio de 2025


Cuando más empeñada era la lucha y más desesperadamente se resistía don Bernardino, éste recibió un tiro por la espalda que le hizo caer sin vida, y de allí á poco fué muerto también el fiel perro que tanto le defendió, terminando de tan trágico modo aquella sangrienta escena.

Convenido, eso se dice siempre. Pero a las que apenas conocía. Me obligaron, pues yo me resistía, me obligaron a conversar con ellas dos o tres noches el invierno pasado. ¿Y entonces? Entonces... no cómo explicároslo, no experimenté ningún sentimiento de emoción, inquietud, turbación. En fin dijo resueltamente Bettina, ni la menor sombra de amor... No, ni la más mínima.

Rosas, empero, resistía blandamente, mañosamente. «No es para hacer uso de ellas decía , sino porque, como dice mi secretario García Zúñiga, es preciso, como el maestro de escuela, estar con el chicote en la mano para que respeten la autoridadLa comparación ésta le había parecido irreprochable y la repetía sin cesar. Los ciudadanos, niños; el gobernador, el hombre, el maestro.

Un olor á opio que se escapaba del vecino aposento, hacía pesada la atmósfera y le daba sueño, pero el joven se resistía mojándose de tiempo en tiempo las sienes y los ojos, dispuesto á no dormir hasta concluir con el volumen. Era un tomo de la Medicina Legal y Toxicología del Dr. Mata, obra que le habían prestado y debía devolver al dueño cuanto antes.

Feijoo, al contemplarla, no podía por menos de sentirse descorazonado. «Cada día más guapa pensaba , y yo cada día más viejo». Y ella, cuando se miraba al espejo, no se resistía a la admiración de su propia imagen. Algunos días le pasaba por bajo del entrecejo la observación aquella de otros tiempos: «¡Si me viera ahora...!».

En cambio doña Paula se indignó grandemente, aunque sólo expresaba su desagrado a espaldas de Ventura. Cecilia se mostró tan solícita, tan vigilante en el cuidado de la criatura, que en poco tiempo se apoderó por completo de ella. Ella resistía dos y tres en vela sin alteración alguna. Y en efecto, en cuanto la chiquilla lloraba, era la primera que saltaba del lecho para entregársela a la nodriza.

La joven se resistía con palabras humildes como todas las notabilidades: «¡Oh, felices! ¡Si yo no hago más que cencerrear un poquito...! Tendrán ustedes que taparse los oídos.» Y otras frases por el estilo acompañadas de un poquito de rubor que impresionaba gratamente a los tertulios y les obligaba a redoblar sus esfuerzos.

Los comentarios que se hicieron, infinitos. Se forjaron mil hipótesis sobre el caso. Ni faltaba tampoco quien supusiera que D. Álvaro y su esposa hacía tiempo que mantenían correspondencia, y que era ella quien resistía venir a visitarle hasta la hora presente.

Jacinta examinó al Pituso chico y... cosa rara, volvió a advertir parecido con el gran Pituso. Le miró más, y mientras más le miraba más semejanza. ¡Santo Dios! Llamole, y el señor Izquierdo dijo al niño con cierta aspereza atenuada que en él podía pasar por dulzura: «Anda, piojín, y da un beso a esta señora». El nene, en pie, se resistía a dar un paso hacia adelante.

Y ¿cuál la magnitud de mi disgusto y de mi pena al considerar que yo poseía el remedio de la más grande de las suyas, y, sin embargo, me resistía a ofrecérsele? ¿Era honrada esta conducta mía? ¿Estaba obligado yo a aceptar compromisos imposibles de cumplir? ¿Estaba bien demostrada esta imposibilidad? ¿Cabía, en la duda, el recurso de prometer, a reserva de cumplir hasta donde se pudiera?...

Palabra del Dia

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