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Actualizado: 6 de julio de 2025
Sobre el rumoreo de las conversaciones, vibraba alguna fina risa femenina y él volvía los ojos para reconocer a la que había reído. A la sola idea de que Adriana estaba allí, tan cerca de él, un desfallecimiento corría por todo su ser. El aire de la sala, tibio, sensual, y el deslumbramiento de las luces, contribuían para enervarle.
Y esa verdad sus alas me ha prestado, á su cielo de luz me ha conducido, y ora desesperado, ora preocupado ó divertido, al ver el hombre desde allí he llorado, y volviendo á mirarle, me he reido. Envidia ó egoismo; ese es el hombre por más que luche en disfrazar su anhelo con un hermoso nombre.
No habléis mal de mi cabeza, señor cura; la quiero mucho, sobre todo, desde que el señor de Couprat la ha hallado tan bonita. El señor de Couprat se ha reído de ti, Reina. Está segura que te ha tomado por una chiquilina sin importancia. Nada de eso repliqué ofendida, nada de eso, puesto que me ha besado la mano. ¿Y sabéis qué se me ocurrió en ese momento?
Todo el vecindario de Torresalinas se reía á aquellas horas, celebrando el chasco, y aun hubiera reído más, viendo, como yo, la cara que ponía aquella gente al encontrar por todo cargamento unos cuantos bultos de tabaco malo. ¿Y qué pasó después? pregunté al viejo. ¿No castigaron á nadie? ¿Á quién? Únicamente podían castigar al pobre Socarrao, que quedó prisionero.
Después que concluyeron, cuando estaban tomando el café, sea por haberse reído demasiado o por cualquier otra causa, la joven esposa se sintió mal del estómago. La comida le había hecho daño. Dijo que tenía ganas de devolverla. Y en efecto, se fué a su cuarto y al poco rato volvió diciendo que había arrojado y le dolía la cabeza. Se le hizo te.
¡Qué palabrotas dice!... ¡Ramón se ha reído más...! No sabes la gracia que le hace su lengua de arriero. Anoche nos dio malos ratos, porque llamaba a su Pae Pepe y se acordaba de la pocilga en que ha vivido... ¡Pobrecito! Esta mañana se me orinó en la sala.
Fueron recorriéndolas todas. A Amalia le placía aquel aspecto de remota antigüedad. ¡Cuántos seres habrían habitado aquella casa! ¡Cuánto se habría reído y llorado en aquellas vastísimas estancias! Cada una tenía su nombre.
Es decir, quererme..., no..., aunque sí, como se quiere al primero..., la novedad, la sorpresa, el despertar de los sentidos..., pero yo buscaré modo de darle a entender que no me ha engañado. ¡Cómo se habrá reído de mí! Aunque no sea más que un cuartito de hora tengo que hablar con ella y decirle: ¿Conque me querías tanto..., estabas loquita..., a mí solito?... ¡Embustera!
Pero al llegar cerca de la Puerta del Sol Carlota se puso repentinamente seria, como si un soplo de viento helado cruzase por su alma, y exclamó: ¡Mucho me he reído hoy, Mario! Tengo miedo que me suceda algo malo. ¡Qué superstición! No seas tonta, mujer respondió el escultor sin dejar de reír. ¡Pobre Mario! El tonto lo era él en tal instante.
No era tan bruto como le creían. Había consultado a un abogado de Valencia, que se había reído de él y del indulto. Tenía que dejarse coger, cargarse con paciencia los doscientos o trescientos años que podrían salirle en innumerables sentencias, y cuando hubiese extinguido una parte de presidio, como quien dice de aquí a cien años, podría venir el tal indulto. ¡Recristo!
Palabra del Dia
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