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Quisieron volver atrás los Puraxís, pero asegurados de un paisano, su intérprete, llamado Izú, de que no lejos de allí había otras tierras, y mucho más animados del Padre que á pie los guiaba, pasaron adelante, y descubierta de lejos otra Ranchería se pararon pálidos los Puraxís, temerosos de algún infeliz suceso, y el cacique de ellos, Pou, hizo señas al Padre para que se adelantase.

Después de tantos trabajos dió con una Ranchería, cuyos moradores, viéndole tan desfigurado, se maravillaron no poco de que quisiese padecer tanto solo por el provecho y salvación eterna de sus almas. Hubieran mostrado la fineza de su afecto si la pobreza y carestía de lo necesario se lo hubiera permitido; con todo eso buscaron alguna cosa, la mejor que hallaron, para proveerle de mantenimiento.

»Siguiendo nuestra excursión, diremos que salimos de Malaban con el Datto Amirol, una de sus mujeres, algunas doncellas y unos 30 principales moros de su ranchería; fondeamos en Lalabuan, saltando á tierra y recibiéndonos el Sultán Adil con muestras de aprecio, habiendo izado la bandera española en lo alto de su casa, y nos ha jurado que desea intimar con los españoles, y así se lo hemos también prometido, haciéndole presente que los españoles desean la buena amistad con todos y el adelanto de estos pueblos.

Finalmente, á pesar del infierno, llegó á vista de los Zibicas; pero antes de entrar en la Ranchería, envió delante á Numani, cristiano fervorosísimo, para que reconociese si estaban dispuestos á recibir la fe; no tuvo éste mucho que hacer, porque la muerte desgraciada de los que el año antecedente habían osado poner en él las manos, les había persuadido que el siervo de Dios era amigo estrecho del demonio, y que por tanto se le debía hospedar, no por algún provecho de sus almas, sino para que no les causase algún daño corporal.

Matúveme en el ministerio de la conversion, á que se me habia destinado en dicho pueblo de San Bernardo, hasta el 26 de Enero; en cuyo dia salí conduciendo en mi canoa, con mis prácticos y remeros, al Comandante General, y siete de sus oficiales, al pueblo de los Mocobíes de Dolores de Santiago: nos dimos á la vela el referido dia, como á las 11: el rio vueltas de N. á S. Como á las cuatro leguas á la parte del N habia una rancheria: manifestáronse algunos indios, mas ninguno llegóse junto á la canoa.

Estando ya cerca se adelantaron dos cristianos á reconocer la tierra y observar los movimientos de los paisanos, queriendo entrar sin ser sentidos en la Ranchería, para que no se alborotasen ó pusiesen en huida; mas Patozi, el cacique, con sabia advertencia, dijo que era en vano esta diligencia, porque los demonios habían avisado ya á los Maponos, y por medio de ellos á los capitanes.

Regalóme un cordero, que á la verdad estaba hermoso de gordo, y despedíme. Se compone esta rancheria de Chunupíes y Malbaláes, de 330 indios de toda chusma. De esta rancheria, en distancia de 5 leguas á la parte del N, salió otra de Mataguayos, de 130 indios de toda chusma.

Otros, de nación Piñocas, quisieron ir á los Puyzocas, que mataron al P. Lucas Caballero mas apenas lo pudieron conseguir, porque en el camino entraron en una Ranchería de los Cozocas, tan de improviso, que sentidos de los paisanos, que estaban trabajando en sus sementeras, y creyendo ser gente enemiga, se dieron á huir á toda furia por librar la vida; los nuestros alcanzaron á algunos, y entrando en la Ranchería la hallaron desierta, sin persona viviente.

De allí á poco encontramos una canoa con sólo un indio, mozo bien dispuesto y de fuerzas, de nación Mbiritiy, que sin ningún temor se llegó á la barca; hicímosle mil caricias, y aunque ni él entendía nuestra lengua ni nosotros la suya, con todo eso, con señas y ademanes nos dió á entender que su Ranchería distaba de allí dos ó tres jornadas de camino.

El primero es de ciertos neófitos que habiendo salido á llevar el nombre de Dios á una Ranchería de indios Penoquís, mientras que con fervor de espíritu exhortaban á aquellos bárbaros á dejar su patria, abandonar el gentilismo y entrar en el rebaño de Cristo, vinieron algunas mujeres espantadas, gritando: «Desgracia, desgracia, que el agua de una laguna cercana que servía para el abasto del pueblo había tomado forma y color de sangre», pronóstico para ellos de mala ventura.