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Actualizado: 24 de junio de 2025


El inglesito no faltaba jamás en estas diversiones. Y Rafaela, como el sol en el meridiano, resplandecía por su hermosura y elegancia y parecía dichosa.

Una criada llamada Rafaela, que entró á servir á la chacha Ramoncica cuando ésta vivía aún en casa de sus padres, siguió sirviéndola toda la vida. Ama y criada eran de la misma edad y llegaron juntas á una extrema vejez. Rafaela era más fea que la chacha, y, hasta por imitarla, permaneció siempre soltera.

Luego que consiguió informarse con exactitud de lo que importaba todo el caudal de don Joaquín, concibió un plan económico muy hábil, e hizo que él le adoptase, cambiando enteramente su manera de vivir, como había cambiado la apariencia de su persona. Rafaela dividió en dos partes los cuantiosos bienes de D. Joaquín.

Después declaró Rafaela guerra a muerte a toda mancha o lamparón que sus ojos de lince descubrían en el traje de D. Joaquín, resultando de esta guerra la desaparición completa del antiguo vestuario, que apenas pudo servir ya para los negros desvalidos, y la adquisición de otro nuevo, hecho en Río con menos que mediana elegancia.

Rafaela le encontraba muy fino, y lo que es el señor de Figueredo aún ponderaba más su finura. Con lo único que Rafaela no podía transigir era con el fanatismo anti-europeo y sobre todo anti-español de sus doctrinas históricas. Rafaela se empeñó, pues, en convertir a Pedro Lobo, haciendo de él una persona razonable.

Harto sabía él que lo de la fiebre o delirio de la carnerada no era fábula. Por otra parte ¿qué adelantaba con seguir en Río? La carta de Rafaela era feroz, pero él desistía de vengarse de ella villanamente. Y pretender o exigir de nuevo reconciliación, ya con súplicas, ya con intimidaciones, estaba convencido de que era inútil. En Río, además, donde el Sr.

También hacía mención de su hermana Rafaela, mujer de Alonso, que seguía enferma, y al oír mentar la casa de sus antepasados, Isidora se conmovía y alteraba.

Rafaela, además del testamento, había dejado instrucciones hasta sobre su entierro y sepultura, que el Barón y el Vizconde religiosamente cumplieron. El entierro fue modesto, como la señora de Figueredo lo había determinado. La enterraron en el cementerio del Père Lachaise.

Rafaela, la vieja criada, entraba y salía con frecuencia en la sala baja, donde se hallaba Juanita, y abandonando la cocina dejaba ver que tenía mucha gana de enredar conversación con la joven. Le habló varias veces, pero distraída Juanita por sus pensamientos, sólo respondía con monosílabos, sin dar pábulo a la conversación, y la conversación expiraba.

D.ª Rafaela lo advirtió bien, y adoptando un semblante enteramente picaresco, le dijo bajando aún más la voz: Ya , ya , querida, que usted y él... ¡vamos!... Apriete, hijita, apriete, y que no se escape, que bien merece la pena... Al que no puedo ver ni en pintura es a aquel otro que se come los periódicos, aquel de las barbas y las gafas... ¡Ah, , Moreno!...

Palabra del Dia

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