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Actualizado: 20 de junio de 2025
Quiroga, pues, se presenta como el centro de una nueva tentativa de reorganizar la República; y pudiera decirse que conspira abiertamente, si todos estos propósitos, todas aquellas bravatas no careciesen de hechos que viniesen a darles cuerpo.
Y apesar de esta natural desconfianza, cambiaba sendos apretones de manos, saludaba á unos con una sonrisa fina y humilde, á otros con aire protector, y á algunos con cierta sorna como diciendo; ¡Ya sé! usted no viene por mí sino por mi cena. ¡Y el chino Quiroga tenía razon!
¿Cuál es el pensamiento secreto de Quiroga? ¿Qué ideas lo preocupan desde entonces? El no es gobernador de ninguna provincia, no conserva ejército sobre las armas; tan sólo le quedaba un nombre reconocido y temido en ocho provincias y aun armamento.
Las conquistas de Quiroga habían terminado por destruir todo sentimiento de independencia en las provincias, toda regularidad en la administración. El nombre de Facundo llenaba el vacío de las leyes; la libertad y el espíritu de ciudad habían dejado de existir, y los caudillos de provincia reasumidos en uno general para una porción de la República.
Llegaron los dos soldados con la carta del Padre Cardiel, á cuya súplica condescendió el Padre Strobl, quien el jueves 17, al salir el sol, saltó en tierra con el alferez y los soldados, á juntarse con dicho Padre Cardiel, al mismo tiempo el Padre Quiroga, el capitan de navio y el primer piloto, fueron en la lancha á sondar lo que les faltaba de la bahia, y saltando en tierra, subieron á un cerro bien alto, que está al norte de la bahia.
Quiroga, durante su residencia en Buenos Aires, hace algunos ensayos de su poder personal. Un hombre con cuchillo en mano no quería entregarse a un sereno. Acierta a pasar Quiroga por el lugar de la escena, embozado en su poncho como siempre; párase a ver, y súbitamente arroja el poncho, lo abraza e inmoviliza.
Pero Simoun no quería ver á nadie é hizo decir al chino Quiroga que dejase las cosas como estaban, con lo que éste se fué á ver á don Custodio para preguntarle si debía ó no armar su bazar, pero don Custodio tampoco recibía: estaba á la sazon estudiando un proyecto de defensa en el caso de verse sitiado.
Dícese que un consejo de los principales del ejército instaba al general Ocampo para que lo prendiese, juzgase y fusilase; pero el general no consintió, menos acaso por moderación que por sentir que Quiroga era ya, no tanto un súbdito, cuanto un aliado temible.
De los demás autores dramáticos de la primera mitad del siglo XVIII, como Pedro y Francisco de Scoti y Agóiz, Jerónimo de Guedeja y Quiroga, Rodrigo Pedro de Urrutia, Diego de Torres y Villarroel y otros, es preferible no hablar palabra alguna, porque el examen de sus obras, en los casos más favorables, se reduciría á repetir hasta el cansancio lo que ya conocemos, y adolecería además de una uniformidad desconsoladora por sus argumentos áridos, inmorales y detestables, y por su desarrollo sin forma ni concierto.
La razón de llevar siempre la contraria Gonzalo Quiroga a don Mauricio Ibáñez, no era otra que el gustazo de ver cómo se inflaba y contraía y trasudaba el banquero en cada contradicción, y cómo meeroodeaaba inútilmente en el camino de su pobre retórica, para urdir una réplica con que confundir al importuno a quien ya temía de lumbre, o para salir siquiera medio airoso del atolladero, delante de los contertulios, que habían dado en tomar aquellas engarras como la más divertida de las comedias.
Palabra del Dia
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