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Los marineros tendieron la red, y pescaron buen número de peces grandes, de buen gusto, semejantes al bacallao, aunque algunos dijeron era pejepalo. Sábado 12, quedándose indispuesto el Padre Quiroga en el navio, salieron los dos pilotos á marcar el sitio de las salinas, y se recogieron á bordo al anochecer, quedando en tierra dos soldados, que se apartaron demasiado.

La Policía hace entrar sus satélites a la habitación misma de Quiroga en persecución del huésped de la casa, y Facundo, que se ve tratado tan sin miramiento, extiende el brazo, coge el puñal, se endereza en la cama donde está recostado, y en seguida vuelve a reclinarse y abandona lentamente el arma homicida.

Cualquiera diría, repuso Ben Zayb que estaba de ocurrencias aquella noche, que ese chino es Quiroga, pero observándole bien se parece al P. Irene. ¿Y qué me dicen ustedes de ese indio-inglés? ¡se parece á Simoun! Resonaron nuevas carcajadas. El P. Irene se frotó la nariz. ¡Es verdad! ¡Es verdad! ¡Si es el mismo! ¿Pero dónde está Simoun? ¡que lo compre Simoun!

La isla de los Reyes, que tendrá de largo una legua, está al este-sueste de la boca del puerto; y así esta como todas las otras islas, escollos, &c. que hay en este puerto, anotó puntualmente el Padre Quiroga en un mapa muy exacto que ha formado. La latitud del Puerto Deseado es de 47 grados y 44 minutos.

A las once de la mañana, aunque el sol continuaba su curso y su Excelencia, el Capitan General, no aparecía al frente de sus cohortes victoriosas, sin embargo el desasosiego había aumentado: los frailes que solían frecuentar el bazar de Quiroga, no aparecían y este síntoma presagiaba terribles cataclismos.

Regresa al campo de Quiroga para arreglar el convenio definitivo; pero éste, dejándolo allí, se puso en movimiento sobre su enemigo, cuyas fuerzas, desapercibidas por las seguridades dadas por el enviado, fueron fácilmente derrotadas y dispersas.

Debía hacerse una batida general bajo un plan grandioso; un ejército compuesto de tres divisiones obraría sobre un frente de cuatrocientas leguas, desde Buenos Aires hasta Mendoza. Quiroga debía mandar las fuerzas del interior, mientras que Rosas seguiría la costa del Atlántico con su división.

Para hacer más penosa la situación, parecía que las cataratas del cielo se habían abierto; durante tres días la lluvia no cesa un momento, y el camino se ha convertido en un torrente. Al entrar en la jurisdicción de Santa Fe la inquietud de Quiroga se aumenta, y se torna en visible angustia cuando en la posta de Pavón sabe que no hay caballos y que el maestro de posta está ausente.

Quiroga reitera la pregunta, pidiendo que conteste categóricamente. «¡NingunoUn minuto después llevaban a enterrar el cadáver, y seis sanjuaninos más le seguían a cortos intervalos. La pregunta sigue haciéndose de palabra o por escrito a los prisioneros mendocinos, y las respuestas son más o menos satisfactorias.

¡Y no se crea que la ciudad ha sido abandonada al pillaje, o que el soldado haya participado de aquel botín inmenso! No; Quiroga repetía después en Buenos Aires, en los círculos de sus compañeros: «Yo jamás he consentido en que el soldado robe, porque me ha parecido inmoralUn chacarrero se queja a Facundo en los primeros días de que sus soldados le han tomado algunas frutas.