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Actualizado: 20 de octubre de 2025
Esta tarde me encontré con un amigo, escribiente en una oficina, y hablando del asunto, me ha dado la clave: lo ha sabido por unos empleados... ¿Quién creen ustedes que ha puesto los sacos de pólvora? Muchos se encogieron de hombros; solo Capitan Toringoy miró de soslayo á Isagani. ¿Los frailes? ¿El chino Quiroga? ¿Algun estudiante? ¿Makaraig? Capitan Toringoy tosía y miraba á Isagani.
¡¡El chino Quiroga!! El alcahuete de los... ¡Cállate, hombre! Al fin, prosiguió Makaraig, iban á encarpetar el espediente y dejarlo dormir por meses y meses cuando el P. Irene se acordó de la Comision Superior de Instruccion Primaria y propuso, puesto que se trataba de la enseñanza de la lengua castellana, que el espediente pasara por aquel cuerpo para que dictaminasen sobre él...
Oíase de un extremo al otro de la línea de Quiroga el tintín de las espuelas y de los fusiles de los soldados, que temblaban, no de miedo del enemigo, sino del terrible jefe que a su retaguardia andaba, corriendo la línea y blandiendo su lanza de cabo de ébano.
Domingo 20, en que fué el novilunio, habiendo observado el Padre Quiroga y los pilotos con particular cuidado la hora de la plena y de la bajamar, hallaron, que la bajamar fué á las cinco de la mañana, y la plenamar á las 11 del dia.
Por encargo de un provincial amigo suyo, Quiroga prohibió la entrada en sus casas de liampó y chapdiquí á todo indio que no fuese de antiguo conocido; el futuro consul de los chinos temía se apoderasen de las cantidades que allí los miserables perdían.
Videla Castillo sabe oportunamente que Quiroga se acerca, y no creyendo, como ningún general podía creer, que invadiese a Mendoza, destaca a las Lagunas los piquetes que tiene de tropas veteranas, que, con algunos otros destacamentos de San Juan, forman al mando del mayor Castro una buena fuerza de observación, capaz de resistir un ataque y de forzar a Quiroga a tomar el camino de los Llanos.
Hubiera deseado quedarse ahí, sin agregar una sola palabra, mirándoles fieramente desde lo alto de su orgullo; pero cuando el calificador Quiroga señaló con maliciosa expresión la daga sarracena que habían encontrado en la gaveta de su escritorio, fuerza fue referir toda la aventura desde el comienzo, haciendo constar la razón de su amancebamiento con Aixa, describiendo la escena de la lucha, los cuidados de las mujeres y del morisco, y explicando, en fin, el origen de aquel presente, que guardaba como una honrosa prenda de su jornada.
Quiroga encontraba aquella ocasion la más propicia para emplear los fusiles y cartuchos que tenía en su almacen, de la manera como el joyero había indicado: era de esperar que en los días sucesivos se operasen requisas y entonces ¡cuántos presos, cuanta gente acoquinada no daría todas sus economías!
El chino Quiroga me ha ofrecido por él seis mil pesos para regalárselo á una poderosísima señora... Y no son los verdes los más caros sino estos azules. Y separó tres piedras no muy grandes, pero gruesas y muy bien talladas, con una ligera coloracion azul. Con ser más pequeños que el verde, continuó, cuestan el doble.
Algunas cartas de Quiroga han visto la luz pública; pero creo que, como sus proclamas, no merecen conservarse sino como curiosidades y monumentos de la época de barbarie. La primera de estas proclamas, sin fecha, pertenece, sin duda, al año 1829, cuando después de haberse rehecho de la derrota de la Tablada vino a San Juan y a Mendoza.
Palabra del Dia
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