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Actualizado: 2 de mayo de 2025


Este había salido de la terraza por el salón de lectura, y entrando en un gabinete, cogió pluma y papel, y con letra inverosímil, púsose a escribir esta carta: «Mi querida María...».

Me parecía que el mundo entero daba vueltas a mi alrededor, y tuve que hacer un llamamiento a todo lo que me quedaba de buen sentido para no cogerla y estrecharla entre mis brazos. Gracias a ese poquito de buen sentido que me quedaba, le dije: Yo no quiero, mi querida niña, aprovecharme de un momento de emoción. Usted podría arrepentirse de ello después, y sería demasiado tarde.

El último interrogatorio lo había dejado aún más perplejo. ¿Por qué habían contestado los acusados de diverso modo a las intimaciones de que revelaran la naturaleza de sus relaciones? Nada obligaba ciertamente a la Natzichet a confesarse la querida del Príncipe y era extraña la insistencia con que ella misma había casi forzado al Príncipe a no contradecirla.

Ya lo ves; en todas partes hay máscaras todo el año; aquel mismo amigo que te quiere hacer creer que lo es, la esposa que dice que te ama, la querida que te repite que te adora, ¿no te están embromando toda la vida? ¿A qué, pues, esa prisa de buscar billetes? Sal a la calle, y verás las máscaras de balde.

El diario queda interrumpido por espacio de tres años. ¿Será que los cuadernos se habrán extraviado o que los disgustos que han pasado por ella durante estos tres años de amargura por la muerte de Cesarina, fallecida a consecuencia de una anemia ocasionada por el nacimiento de su tercer hijo, o que la enfermedad mortal, al mismo tiempo, de su querida y bella Susana, no le hayan dejado el espacio ni la fuerza moral para registrar sus desventuras?

¿Creerás, querida, que aún no conozco a tu marido? dijo la señorita de Chalvin , ¡y tengo una curiosidad! ¡Glotona! replicó Marianita , pues bien, relámete... va a venir... lo estoy esperando... ¡Dicen que es seductor, amada mía! ¡Seductor!... ¡aun me parece poco!...

Una carta para usted, señorita; de Granville. ¡Al fin! Liette desgarró el sobre con mano temblorosa. La carta era de Blanca y no contenía más que estas líneas: «Doy a usted, mi querida amiga, la primera noticia de un secreto que es una pena y también una dicha. Mi madre no es mi madre, y, sin embargo, me ha dicho muy bajito que yo podría aún ser su hija.

CIRILO. Prefiero permanecer al lado de mi querida madrina, que ha sido tan buena para y a la que yo deseaba tanto conocer. Sus cartas me sostuvieron durante las horas penosas. Tengo que felicitarla. ¡Escribe usted como madame Sevigné...! Tengo mis títulos académicos, aunque maldito si me sirven de algo. CIRILO. Una mujer no debe sentir nunca ser instruida, cuando es bonita.

¡Vanas ilusiones! dijo Juanita. ¡Es imposible que vuelva! ¿Por qué ha de ser imposible? ¿Por qué el Cielo, la Providencia, no ha de hacer un milagro por ti, por ti, mi querida hermana, que eres tan buena? ¡Ah! exclamó Juanita. ¡Cállate!

Si yo les juro que Quilito... digo, ese joven, no me ha dicho nada de particular; además, no volveré a hablarle. Bueno, ya se acabó dijo don Bernardino; venga acá mi Nanita querida a abrazar a su papaíto. Susana no renunció, sin embargo, a su idea de reconciliación; ya les catequizaría poco a poco. ¿De qué había de servirle, entonces, la grande influencia que ejercía sobre sus padres?

Palabra del Dia

hociquea

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