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Actualizado: 2 de mayo de 2025
Un día, la señorita de Porhoet, cansada de esa incesante burla, le dijo delante de mi: Querida mía, se ha posesionado del corazón de usted, hace algún tiempo, un demonio que haría bien en exorcizar lo más pronto posible; de otro modo, acabará usted por formar una homogénea trinidad con las señoras de Aubry y de Saint-Cast; quiero advertírselo bien claro.
Pero tal, que si no hubiera mediado don Rodrigo... ¿Y qué te cargaron? ¡Bah! ¡poca cosa! Haber envenenado al marido de una querida mía. ¿Y eso es verdad? dijo estremeciéndose Luisa.
Puede usted decírselo a su candidato. ¡Vamos! Elena exclamó mi padre, eres demasiado razonable para que te fijes, tratándose de tal cuestión, en el pelo de la bestia. Nos echamos a reír y esto hizo menos violenta la situación. La cosa es seria, querida, y ya que Máximo sostiene tan mal la causa de su amigo, voy a encargarme yo de hacerlo.
Pero, querida hija mía dijo Silas dejando su pipa a un lado, como si fuera inútil el seguir fingiendo que fumaba , sois demasiado joven para casaros. Le preguntaremos a la señora de Winthrop, le preguntaremos a la madre de Aarón qué es lo qué piensa ella. Si hay un buen camino que seguir, ella lo encontrará.
A pesar del contacto íntimo y delicioso de su prenda querida, a pesar del tibio y grato mador de aquella piel, cuya tersura, suavidad y fragancia envidiarían los pétalos de la magnolia y de la flor del loto, Morsamor sintió el frío de la calentura y se santiguó maquinalmente. Entonces recordó con horror que era católico cristiano, aunque apóstata y réprobo.
Se afligía, sí, pero no por salir de la ciudad, sino... por lo otro, ¡un golpe tan duro y terrible! se afligía, porque este golpe alcanzaba a sus hijos, a su buena y querida Nanita. Esta, abría tamaños ojos.
Querida señora respondió el cura, otra vez en discordancia con su antigua amiga, esa opinión tiene su valor... Mientras los novelistas tengan la especialidad de pintar las ideas de una época, habrá que tener en cuenta lo que ellos indican y...
¡Querida vizcondesa! murmuró Pierrepont, conmovido por el sincero acento de aquélla.
¿Me habéis hablado, querida? dijo el digno doctor dirigiéndose rápidamente al lado de su mujer. Sin embargo, como si previera que ella estaría demasiado jadeante para repetir la observación que acababa de hacer, prosiguió inmediatamente: ¡Ah! señorita Priscila, vuestra presencia reaviva el gusto de este superfino pastel de cerdo. Hago votos porque la hornada esté lejos de agotarse.
¡Demonio de contrariedad! dijo el diplomático, sacando su caja de tabaco y ofreciendo un polvo al ayo, después de tomarlo él . Lo siento... A nuestra edad nos gusta tener quien nos suceda y herede nuestras glorias para desparramar su luz por los venideros siglos. Vea usted la razón por qué me apresuré a reconocer a mi querida hija... ¡Ah!, Sr.
Palabra del Dia
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