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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Jamás te arrojaré en cara falta de energía, ni desfallecimiento de constancia. ¡Es tan natural que me olvides! Harto has hecho con empezar a quererme, aunque luego te pese. ¿Cuántas veces te habré dicho todo esto? No te sorprenda, porque obedece a mi idea fija, a mi cavilación constante. Vamos, no concibo el fundamento de tu amor. Yo te amo por lo buena, por lo hermosísima que eres.
Anda, querida, dame ese gusto... No sabes el sentimiento que tendré si no me lo das... Creeré que has dejado de quererme... María agotó todos los recursos del ingenio para convencerla. Sentada sobre sus rodillas la cubría de caricias, le hacía mimos, enfadándose unas veces, suplicando otras y siempre poniendo unos ojos zalameros a los cuales parecía imposible resistirse.
Calla, eso no se le dice a un hombre como yo. ¿Crees que pueden quedar así las cosas? No te forjes ilusiones: aquello acabó para siempre. Ya que no supiste quererme, veremos si sabes respetarme. Adiós, adiós, Juan, que se hace tarde y puede venir gente. Esto dijo con la voz penosamente entrecortada y los ojos nublados de las mal contenidas lágrimas.
El abuelo, como quien se desprende de algo que molesta, respondió al punto y sin titubear: Primeramente, tu madre está deseando que se le muera el hijo, porque la da demasiado que hacer y cada día le ve más enclenque, más feo y más imposible; y ella no soporta hijos así ni para eso. Corriente; pero bien podía hallar insoportable a mi hermano, y no quererme a mí tampoco.
De todos modos yo no creo en las grandes pasiones; estoy convencida de que no quiero ni querré nunca a nadie. ¡Si usted supiera, Muñoz, lo que le dije hoy a Raquel! Le abrí mi alma, le confesé eso, que soy una desdichada, que no puedo querer y que usted tampoco era capaz de quererme. ¡No dices lo que sientes! interrumpió Charito con ingenua energía y desolada por el giro que tomaba el asunto.
Era un mozo alto, de anchas espaldas y vigoroso cuello, con unas barbas rubias que me gustaba tirar cuando me ponía en sus rodillas para meterme en la cabeza el A, B, C, con gran esfuerzo de trozos de regaliz. Creo que siempre fui su buena amiga, aunque él no haya debido quererme más que a los otros discípulos, pues la cara que tenía entonces ha desaparecido en la niebla como todas las demás.
Ahora me explico sus lágrimas, su miedo de acercarse a mí, sus palabras tristes...; no puede menos de quererme. Y el chico... ¿mío? ¡sabe Dios!; pero no es ningún imposible... y ese señor Martínez... ¡anima!, aunque no, puede que no esté sino perdidamente enamorado, loco, ¿no ha de poder trastornarse otro hombre si a mí me están dando ganas de llorar?» <tb>
Contra Juan Maury no tengo yo la menor queja. Era un cumplido caballero. Me quiso todo lo que podía quererme. Me respetó todo lo que podía respetarme. Me atendió, me obsequió, me consideró como atiende, obsequia y considera el galán más delicado a la más noble dama.
Si era así, no se daba cuenta de semejante fenómeno, y lo único que su rudeza sabía formular era esto: «Es que de tanto pensar me ha entrado talento, como a Maximiliano le entró de tanto quererme, y este talento es el que me dice que me debo casar, que seré tonta de remate si no me caso».
La idea de que Linilla dejase de quererme me llenaba de espanto y me prometía yo serle fiel hasta más allá de la tumba. La idea de que podía yo perder a Linilla me perseguía de tal modo, y de tal modo me asediaba que hubiera yo querido volar en busca de la joven para decirle: Linilla, ¡perdóname, perdóname! ¡He faltado a mis promesas!
Palabra del Dia
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