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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Deplorando o aparentando deplorar la separación, ciento veinte abandonaron a Miguel de Zuheros. Con él sólo quedaron sesenta valientes de los más devotos a su persona. No hay que decir que el fiel Tiburcio quedó también con él. Después de esto, de noche y con misterioso recato, el anciano Narada vino a visitar a Morsamor.
Y cerró contra la protegida de Alicia, una hambrienta, una pedantuela, que se rozaba con señoras y sólo era una doméstica. El no comprendía los amores sentimentales con mujeres de esta clase... Sintió tentaciones de atacar igualmente á la de Delille, pero se contuvo recordando que era parienta del príncipe. Los dos hombres quedaron silenciosos y pálidos, mirándose como enemigos.
Poco a poco el hermoso encarnado de sus mejillas desapareció; sus grandes ojos, abiertos cuan grandes eran, quedaron como amortiguados y entontecidos, y sin que un movimiento ni una queja denunciase lo que padecían, el sufrimiento comprimido se pintó en sus rostros asombrados y marchitos. Nadie reparó en este tormento silencioso, en esta suave y dolorosa resignación.
Pero el valentón sonreía bondadosamente, satisfecho de mostrarse prudente y paternal con este viejo rabioso; y así fué conduciéndole hasta su barraca, donde quedaron él y los amigos vigilándolo, dándole consejos para que no cometiese un disparate. ¡Mucho ojo, tío Barret! Aquella gente era de justicia, y el pobre siempre pierde metiéndose con ella. Calma y mala intención, que todo llegará.
Los que iban en la máquina y en el ténder rodaron por la pendiente movediza del terraplén. ¡Ni ellos mismos saben cómo! Los más afortunados quedaron en pie, y huyeron de la mole que se les venía encima.
Es, pues, el caso, que como me estaba todo el día ocioso, y la ociosidad sea madre de los pensamientos, di en repasar por la memoria algunos latines que me quedaron en ella de muchos que oí cuando fuí con mis amos al estudio, con que, a mi parecer, me hallé algo más mejorado de entendimiento, y determiné, como si hablar supiera, aprovecharme dellos en las ocasiones que se me ofreciesen; pero en manera diferente de la que se suelen aprovechar algunos ignorantes.
Yo, por mi parte, no contestó ella riendo, con una risa zumbona. ¿Quiere algo más la señora? preguntó el criado. No, pueden ustedes retirarse. Martín quedó asombrado. El criado echó la pesada cortina y quedaron solos. Martín dijo la dama, levantándose de su silla y poniéndole las manos pequeñas en sus hombros . ¿No te acuerdas de mí? No, la verdad. Soy Linda. ¿Qué Linda?
Finalmente, quedaron en que de allí a ocho días se verían en aquel mismo lugar, donde él vendría a dar cuenta del término en que sus negocios estaban, y ellas habrían tenido tiempo de informarse de la verdad que les había dicho.
No, no tenía sueño: y para demostrarlo abría desmesuradamente sus hermosos ojos negros. ¡Habla, habla que te escucho! Don Germán siguió hablando maquinalmente, sin preocuparse de lo que decía. Al cabo aquellos ojos brillantes quedaron inmóviles unos instantes y de pronto se cerraron. Elena se durmió como un niño en los brazos de su marido.
Nadaba instintivamente, adivinando lo que debía hacer antes de que se lo aconsejase su maestro. Despertaba en su interior la experiencia ancestral de una serie de marinos que habían luchado con el mar y algunas veces se quedaron para siempre en sus entrañas. El recuerdo de lo que existía más allá de la blandura golpeada por sus pies le hacía perder de pronto su serenidad.
Palabra del Dia
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