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Actualizado: 17 de junio de 2025
Doña Manuela se animaba y seguía hablando, No es que ella fuese derrochadora; había tenido su época de apuros, como él sabía muy bien, y conocía el valor de un duro. Pero había que quedar con dignidad, sostener la honra de la casa, ahora que las niñas iban siendo casaderas, y esto, ¡ay, Juanito mío! esto exigía grandes apuros y no menores sacrificios. ¿Qué le pasaba a don Juan? ¿Había parado en seco su digestión? La gozosa sonrisa desaparecía; sus ojos, entornados voluptuosamente, volvían a entreabrirse para lanzar punzantes miradas, y se agitó varias veces en la butaca, como huyendo de ocultos alfileres. ¡Todo sea por Dios!
El otoño, dorando por entero muchas de sus hojas, haciendo palidecer levemente á otras y dejando verdes las menos, la había convertido en un rico manto de brocado que cubría los formidables hombros de la montaña. El rumor que de ella venía no era, como en la primavera, dulce, sino desapacible. Los olores, acres y punzantes.
Al cuerpecito de una niña presumida y muy ataviada lo llamó colmena de Lucifer, cuya miel endulza el veneno, y de donde salen las abejas y los zánganos de punzantes aguijones, o sea un maldito enjambre de vicios, pecados y sandeces.
Y el silencioso público que se deleitaba con este pugilato, los diputados que llenaban los escaños, las dos masas que se estrujaban a ambos lados de la presidencia, emprendieron la fuga al ver terminado el incidente, sabiéndoles a poco las dos horas de alusiones y punzantes recuerdos.
Está visto que Dios quería probar a la dama rondeña, porque a las calamidades del orden económico añadió la grande amargura de que sus hijos, en vez de consolarla, despuntando por buenos y sumisos, agobiaran su espíritu con mayores mortificaciones, y clavaran en su corazón espinas muy punzantes.
Sospechaba que tal vez fuese una tontería, pero su afán por lo maravilloso la hacía sentir esperanzas, y como el que busca la curación al pie de imagen milagrosa, la pobre Borda pasaba los ratos de descanso al pie de la palmera, que la protegía con la sombra de sus punzantes ramas.
Y Andresito, cerrando los ojos, despreciando los punzantes recuerdos del pasado, se sentía feliz, tanto casi como Conchita, que en los días de Pascua, en la agitación de las alegres meriendas, había conseguido turbar a Roberto hasta el punto de arrancarle la deseada declaración.
Y empezó a traer a la memoria recuerdos mil, algunos tristes como reflejo del cariño herido, otros punzantes y terribles como la imagen del honor vulnerado. Recordó que si las faltas de la hija habían sido de estas que en los términos sociales no tienen excusa, la severidad de la madre había sido implacable.
Estos brazos anunciaban una mujer en plena posesión de todos los atractivos punzantes, de todas las graciosas curvas de su sexo: eran unos brazos blancos y tersos de virgen flamenca, firmes y macizos como los de una doncella de labor; lo mismo podrían servir de modelo a un estatuario que para arreglar una cama a las mil maravillas.
Una señora exclamaba: «¡Ya lo creo que estarían buenas! ¡Que se acuerde de las que comía en casa de su padre!» Otra decía: «¡Vaya por Dios, señor; yo con estas cosas me mareo!» Más allá murmuraba una vieja: «¡Qué mundo éste y cuántas vueltas da!» Y todas ellas hacían coro con sus risas maliciosas y sus dichos punzantes á la mímica del jugador, el cual, así que concluyó de representar la escena, volvió á coger la bolsa y dijo como hablando consigo mismo en tono entre compasivo y desdeñoso: «Á esta pobre Laura le sienta el condado como á un Cristo un par de pistolas». Las señoras le miraron con respeto y rieron discretamente este chiste que cerraba la serie de los pronunciados con tal motivo.
Palabra del Dia
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