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Actualizado: 7 de octubre de 2025
Cuando sentía la presencia de Mesía en el deseo, huía de ella avergonzada, avergonzada también de que no fuera un remordimiento punzante el recuerdo del baile, sobre todo el del contacto de don Álvaro. «Pero no lo era, no. Veíalo como un sueño; no se creía responsable, claramente responsable de lo que había sucedido aquella noche.
Las notas firmes y llenas que de su garganta se escapaban cuando reía, contrastaban un poco con la pureza y trasparencia de su mirada. Salían teñidas de cierta sensualidad punzante que agitaba los sentidos. Era una risa dulce y amarga á un mismo tiempo, como la de una bacante. La cándida Laura estaba muy lejos de sospechar los misterios amables de su risa.
No se oía ruido de viento: la calma era absoluta; pero en este ambiente tranquilo, el frío resultaba más punzante, más mortal. Parecía que el mundo acababa aquella noche, que el sol ya no saldría más, que la tierra iba a permanecer por siempre bajo su mortaja de nieve. El joven entró en la cocina. En una cazuela quedaban unas brasas, abandonadas por la Teodora después de su cocimiento.
El susurro apagado de la conversación de los dos hermanos, cortado a menudo por alguna carcajada reprimida, despertaba en su corazón una envidia punzante y triste. La joven era hermosa, con una fisonomía noble y simpática. Ricardo, sin darse cuenta, la estuvo mirando toda la noche; pero ella no pareció fijar la atención en él.
De sus tiempos de miseria, cuando marchaba a pie por los caminos, al través de olivares y dehesas, guardaba el ferviente deseo de poseer leguas y leguas de terreno que fuesen suyas, que estuvieran cerradas con vallas de punzante alambre al paso de los demás hombres. Su apoderado conocía estos deseos.
Las tres novelas que fijan rotundamente la orgullosa personalidad de Mirbeau, son «El Calvario», libro admirable, según Bourget, «por la sencillez magistral de la factura, sus asuntos de punzante sinceridad y el valor con que desnuda las más secretas heridas del alma».
La voz no quiso salir de su garganta; temía echarse á llorar como un niño. Salió á trabajar, pero en vez de hacerlo dejóse caer bajo un árbol, y así se estuvo toda la mañana inmóvil, con los ojos extáticos. Un deseo punzante le acometió, el de ver por última vez á Demetria y despedirse. Quizá no se hubiese marchado aún.
El boato de su casa le causaba dolor, un cosquilleo punzante: lo mantenía por cálculo y por fanfarronería, pero le pesaba en el alma, aunque aparentase otra cosa.
Sí tornó á decir en voz baja: yo debí morir en aquel momento... ¡Gran ocasión!... Hubiera conservado de mí memoria amarga, pero punzante, como el olor de un cadáver... Ahora me desprecia por cobarde... Ahora ya no es ocasión de morir, sino de seguir siendo lo que he sido... un cobarde. Me manda que huya; pues huyamos.
Ni supo querer ni supo ser querido expresó Uceda poniéndose serio y dirigiendo sus ojos al horizonte. Soledad le clavó una mirada de sorpresa y admiración. Y á su sabor, en silencio, largo rato estuvo contemplando á aquel hombre tan noble, tan firme, tan sufrido. Un remordimiento punzante le atravesaba el alma. Sintió deseos de arrojarse de cabeza al mar.
Palabra del Dia
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