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Actualizado: 7 de octubre de 2025


Había comprendido que la ruina estaba allí, en aquella casa y sobre mi cabeza. ¡Y... bien! No , si dejándome mi padre colmado de todos sus beneficios, me hubiera costado más y más amargas lágrimas. A mi pesar, á mi profundo dolor, se unía una piedad que, ascendiendo del hijo al padre, tenía algo de singularmente punzante.

Y el mismo punzante deseo que á Nolo le acometió á ella: el de despedirse y darle testimonio de su constante amor. Al día siguiente toda la mañana empleó en los preparativos de su viaje. Efectuáronse éstos en silencio y tristemente. La casa estaba como si hubiera muerto alguno. Después de comer manifestó que iba á Lorío á despedirse de Flora; la avergonzaba mucho manifestar su verdadero designio.

Lo que ocurría, a mi entender, era que hasta entonces no había hallado cosa de su gusto en que emplearle, ni sentido seria tentación ni punzante deseo de trocar la divertida y risueña libertad que gozaba, por la relativa opresión de la cadena de flores, pero al fin cadena, con que se estimulan ciertas concupiscencias femeniles al cambiar de estado en aquella edad y en la esfera social en que ella vivía.

Era imposible dudar que, por mucha que fuese la eficacia dolorosa de un punzante y secreto remordimiento, un veneno mucho más mortífero le había sido administrado por la misma mano que pretendía curarle.

Hace catorce años la encontré en la calle. ¿Y sus padres no la reclamaron? No. Pero si usted no es su madre, al menos la ha criado usted. Por lo mismo quiero que sea feliz, dijo la trapera con su duro acento, que me causaba una sensación fría, punzante, indefinible. ¿Y para que sea feliz la vende usted?

Este algo se llama remordimiento, y él, con su punzante aguijón, puso ante los ojos de Jacobo, antes que los cinco mil duros ganados, las aterradas fisonomías de la mujer y de los hijos del que los había perdido, padre de familia, jugador de oficio, marcado con ese sello de desdicha común a los del gremio, que por ser desdicha buscada no despierta en ellos mismos compasión, sino enojo.

Después hizo lo posible por olvidar aquellos sucesos en el bullicio de la vida madrileña; pero no lo consiguió en muchos días. Al cabo de algún tiempo, sin embargo, el recuerdo punzante de sus amores idílicos se fue suavizando, haciéndose más dulce y melancólico; se transformó en un sueño poético, que solía acariciarle en los instantes de mal humor.

Ya que por se pierde Mi tierno amor, mi juventud lozana, De frescas rosas y de mirto verde No ciñas ora una cabeza cana. Trepa la vid al álamo frondoso, Y á la punzante ortiga Deja que adorne el murallón ruinoso. ¿Qué riesgo, qué fatiga No aceptará mi amor por agradarte?

Es que Pepe Castro no es usted manifestó la niña de Calderón con marcada displicencia. Maldonado cayó de la región celeste donde se mecía. Aquella frase punzante dicha en tono despreciativo le llegó al alma. Porque cabalmente la superioridad de Pepe Castro era una de las pocas verdades que se imponían a su espíritu de modo incontrastable.

Los ojos y la sonrisa son francos, pero la voz, voluntariamente dulcificada, tiene a veces singulares inflexiones. Es cortante y punzante.

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