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Actualizado: 13 de noviembre de 2025
Aquel día llegaron los antiguos combatientes del Falkenstein y del Donon, y la casa los recibió con puertas y ventanas abiertas de par en par.
Nos encerramos en el cuarto de mi tío, aseguramos las puertas y don Benito, con una cara de pascuas, abriendo los brazos exclamó: Don Ramón... ¡apriete, amigo! y buscó a mi tío para abrazarlo. ¡Oh! don Benito... ¡qué desgracia! ¿Desgracia? ¿Me representa usted el hipócrita? Celebre usted, amigo, el más grande de los aniversarios de su vida...
Cuando llegaron a la casucha del barrio de la Feria iba tras el carruaje un inmenso grupo, a modo de manifestación popular, dando vítores que hacían salir las gentes a las puertas. La noticia del triunfo había llegado allí antes que el diestro, y los vecinos corrían para verle de cerca y estrechar su mano. La señora Angustias y su hija estaban en la puerta de la casa.
Unas veces tomaba pie de alguna falta advertida en la ropa, botón caído, ojal roto, o cosa semejante. Otras, era que le ponían un chocolate muy malo para que reventara... ¡como que le quedan envenenar...!, o bien que dejaban los balcones y las puertas abiertas para que entrase un aire colado y le partiese.
La frase venía preparada: se conocía a la legua; pero así y todo produjo el efecto apetecido, parte porque en efecto había hecho gracia, parte también porque todo el mundo se creía en el deber de ponerse risueño en cuanto Fuentes abría la boca. Un instante después un criado de librea abrió de par en par las puertas del salón, diciendo en alta voz: La señora está servida.
El ruido de los carros, de los escuadrones que a todas horas entraban y salían por sus puertas, de las máquinas de guerra, el gozoso rumor que se elevaba de sus talleres, donde fabricaban la inmensa variedad de artefactos que exigía su refinada cultura, la hacían bulliciosa y resonante.
En efecto, por una parte llama la atencion el cruzamiento de diligencias, ómnibus y sillas de posta que llegan á cada momento á derramar á las puertas de los hoteles y de la casa de Correos y Postas sus contingentes de viajeros de todos los países, correspondientes por lo mismo á los mas diversos tipos.
Eran juegos de calzón y camisa de bayeta, cosidas una pieza a otra, y que así, al pronto, parecían personajes de azufre. Los había también encarnados. ¡Oh!, el rojo abundaba tanto, que aquello parecía un pueblo que tiene la religión de la sangre. Telas rojas, arneses rojos, collarines y frontiles rojos con madroñaje arabesco. Las puertas de las tabernas también de color de sangre.
Las mujeres que trabajaban a las puertas de sus casas los miraban con curiosidad tocada de admiración. ¿Quién es el señorito que va con don Melchor? Mujer, ¿no le conoces? El sobrino; el señorito Gonzalo, que llegó ayer en la Bella-Paula. ¡Vaya un real mozo! Como su padre don Marcos, que en paz descanse. Y como su abuelo don Benito añadió una vieja. ¡Qué familia tan noble y campechana!
Rechinaban los goznes de las puertas; de las cuadras salían pausadamente las mulas, dirigiéndose solas al abrevadero, y el establecimiento, que poco antes semejaba una mansión fúnebre alumbrada por la claridad infernal de los hornos, se animaba moviendo sus miles de brazos.
Palabra del Dia
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