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Actualizado: 13 de julio de 2025


Hallábamos domicilios deshabitados, con puertas telarañosas, rejas enmohecidas, y por algunos huecos tapados con rotas alambreras soplaba el aire trayéndonos el vaho frío de estancias solitarias. Por ciertos lugares anduvimos que parecían barrios abandonados, y las bóvedas de desigual altura devolvían con eco triste el sonar de nuestros pasos.

Corriente añadió Bermúdez tomando nueva postura en la silla . Pasemos también por eso, y quédense las cosas donde y como quieres ponerlas. Pero bueno o malo, blanco o negro, ya está tu primo llegando a las puertas de Peleches: ¿qué hacemos con él? ¿se las cerramos? ¿le dejamos entrar? Tampoco se trata de eso, papá: repáralo bien. ¡Otra te pego! Pues ¿de qué se trata, hija mía?

¡Cómo! exclamó. ¿Ni siquiera un avemaría ante las abiertas puertas de la casa del Señor? ¿Así esperáis que

16 Entonces rompió Ezequías las puertas del templo del SE

La gente menuda hablaba maravillas del noble edificio y de sus riquezas. Una vez por año se cerraban sus puertas un día entero, y los viejos servidores de los Vargas, esclavos y libertos, todos gentes de confianza, tendían cueros en el patio principal, vaciando sobre ellos enormes sacos de monedas.

Era obligado que penetrase creyéndose perseguida, que proyectase vagamente hacerse un par de zapatos, y que, de postdata, le acometiese el escrúpulo de si a Novillo le placerían aquellas visitas al zapatero subversivo. A poco de salir Felicita, cruzó, por delante de las puertas de la zapatería, don Anselmo Novillo, con solemnidad de hombre corpulento, machucho y poseído de su elegancia.

19 Y Salum hijo de Coré, hijo de Ebiasaf, hijo de Coré, y sus hermanos los coreítas por la casa de su padre, tuvieron cargo de la obra del ministerio, guardando las puertas del tabernáculo; y sus padres fueron sobre la cuadrilla del SE

Pero también temía proporcionar con ello armas a sus enemigos; Germana no estaba salvada aún; era jugarse el todo por el todo y se exponía a cerrarse las puertas del matrimonio. Además, por mucho que buscase a su alrededor, no encontraba un hombre que valiese un capricho ni que fuese digno de sustituir por un solo día al señor de Villanera.

Y el anciano torna a mover la cabeza y exclama: La agonía de la muerte... Y sus palabras, lentas, tristes, en este pueblo sin agua, sin árboles, con las puertas y las ventanas cerradas, ruinoso, vetusto, parecen una sentencia irremediable. He visitado la casa en que, viejo, perseguido, amargado, expiró Quevedo.

Arriba, en el vestíbulo, nadie: muebles por todos lados, rollos de alfombra y de cuerdas, espejos arrimados a la pared; algunas plantas, maltratadas, tristes en medio del desorden: las puertas abiertas, mostrando el piso desnudo de las habitaciones... el sol, a través de la vidriera, pintaba preciosos cuadritos de color sobre las losas de mármol... allá dentro, se oía mucho bregar y voces y el canto alegre de un canario.

Palabra del Dia

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