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Actualizado: 13 de noviembre de 2025
Todo era algazara, todo confusión; de repente ábrense las puertas de la calle, y vense entrar por ellas el Ayuntamiento de los cristianos viejos con todo el aparato de justicia; el alguacil Molino, de vanguardia, y la dueña Bermúdez, en la rezaga.
Pero no soltaré la cansada pluma sin recordar unos versos que el insigne poeta, mi amigo D. Adelardo López de Ayala, pone en boca de D. Rodrigo Calderón, y que repetí muchas veces al alejarme de Yuste: «¡Nunca el dueño del mundo Carlos quinto Hubiera reducido su persona De una celda al humilde apartamiento, Si no hubiera tenido una corona Que arrojar á las puertas del convento!»
No sabían si aquel desconocido madrugador, con capa raída, sombrero ajado y botas viejas, era un curioso o uno del oficio que buscaba sitio en la catedral para pedir limosna. Molestado por este espionaje, Luna siguió adelante por el claustro, pasando ante las dos puertas que lo ponen en comunicación con el templo.
En las blancas paredes de las casas, las luces de los cirios y las puertas iluminadas de las tabernas trazaban un reflejo temblón de sombras y resplandores de incendio.
Eran las once y media de la noche. La gente aún discurría por las calles, sobre todo por las céntricas, donde algunos teatros comenzaban a vomitar por sus puertas centenares de espectadores.
Los resortes empleados principalmente por Calderón en sus enredos parecerán más claros todavía teniendo en cuenta que consisten en el amor de dos damas al mismo caballero; en las pretensiones de muchos galanes á la misma doncella, de dos amigos en conquistar las gracias de la misma beldad; en los celos de las enamoradas parejas; en la lucha de deberes entre el amigo y la amada; en la ocultación de las mujeres por medio del velo, y de los hombres con la capa, y en las equivocaciones, que se originan, de ambos medios; en requiebros nocturnos junto á la ventana de una dama, y en cambios, ocurridos con este motivo, cuando se pone otra en lugar de la que se espera; en conflictos de los deberes de la hospitalidad y de la venganza; en desafíos, en casas con dos puertas, en mudanzas de nombres y domicilios, entradas secretas, caminos subterráneos, etc.
Quebrose la clara luna, y las cinceladuras finísimas del marco se abollaron al golpe. Poco tardó, no obstante, en volver a apoderarse de ella la pertinaz ilusión que dulcemente lleva de la mano a los tísicos, vendados los ojos, hasta la puertas de la muerte.
Las filas de puertas recordaban a Isidro las tramadas de nichos de un cementerio.
Los pasos de los transeúntes sonaban en las aceras como un áspero y ruidoso frotamiento, y aglomerábase la gente en las puertas de los templos, negras y profundas bocas que lanzaban a la fría calle el denso vaho de su interior.
La alegre charanga del colegio sustituyó aquel día a las severas campanadas que arrancaban de ordinario a los alumnos de la profunda quietud del sueño de la infancia, para arrojarlos en los pequeños azares, inmensos para ellos, de la vida de estudiantes; cien vivas atronadores al padre rector se unieron al punto a los acordes de la música, y la alegría desbordada, la vida bulliciosa que rebosaba en aquellos cuerpecitos, inundó de repente dormitorios, pasillos y el colegio entero, yendo a estrellarse a las puertas de la capilla por una de esas rápidas mutaciones, increíbles en los niños, que prueban el poder inmenso de la disciplina y la fuerza irresistible que en toda multitud ejerce la autoridad que sabe hacerse amar y respetar.
Palabra del Dia
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