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¡Pues mira qué desgracia! contestó la tía María . Deje usted que se ponga buena, y entonces podrá cantar de día y de noche como un reloj. Pero estoy pensando que lo mejor será que yo me la lleve a mi casa, porque aquí no hay quien la cuide ni quien haga un buen puchero, como lo yo hacer.

La Pipaón pensó así: «Lo que quiere esta bribona, es que yo me humille más, que yo le ruegue y le suplique y haga algún puchero delante de ella... quiere que me arrastre a sus pies para pisotearme... ¡Ah!, cochinísima, si yo no estuviera como estoy, ¿sabes lo que haría?

Una vieja, delgada de rostro, y enorme de cuerpo por los pañuelos que llevaba arrollados al busto y los innumerables zagalejos de su faldamenta, vigilaba el hervor de un puchero, con las manos cruzadas sobre el delantal de arpillera, mirándose con ojos bizcos los cuernos del pañuelo rojo arrollado á la cabeza.

Quedose él como aletargado en el sofá de la alcoba, más propiamente en éxtasis, porque tenía los ojos abiertos, y no parecía enterarse de nada de lo que a su alrededor pasaba. Fortunata tomó su costura y se le sentó al lado, esperando a ver en qué paraba aquello. Doña Lupe entraba y salía, dando suspiros y haciendo algún puchero.

Yo habia hecho ya algunas experiencias poco satisfactorias en Barcelona y Valencia, respecto de la olla podrida, y la habia encontrado tan sofística como la monarquía constitucional en España. En Toledo se acabó la ilusion; el puchero legitimo terminó su mision sobre la tierra española; hoy pertenece á la historia, como la antigua grandeza del pueblo conquistador del Nuevo Mundo.

¡Vaya, que no hacerse cargo de nuestra situación! dijo la mujer echándose á llorar. Martín muriéndose... el pobrecito... en aquel buhardillón helado.... Ni cama, ni medicinas, ni con qué poner un triste puchero para darle una taza de caldo.... ¡Qué dolor! Don Francisco, tenga cristiandad y no nos abandone.

Si tienen ustedes necesidad de un consejo, yo se lo daré como dilettante. No me consolaría nunca si ustedes me tuvieran por un espíritu cerrado á la razón y á la piedad. Pero la lucha que van á emprender, recuerden bien que se lo he dicho, es la del puchero de barro con el de hierro. He hablado á ustedes como amigo.

Tan imposible parece desenredarlo, que antes de partir consultamos á un magistrado de los más eminentes, Pedro Vesín, pues que puedo nombrarle, y su asombro fué igual á su curiosidad, pero no puso en duda ni un instante que nos esperaba un fracaso. Es la lucha, nos dijo, del puchero de barro con el de hierro. ¿Qué hacer contra ese poder formidable que se llama la justicia?

Ya nos prestarás un poco para hacer hervir el puchero. Hoy hemos comido bastante mediocremente. Si fuese rico, como lo seré dentro de un mes, os llevaría a cenar al restaurantLa enferma y la moribunda adivinaron los secretos deseos del viejo.

Sentábanse ante el hondo plato, en el cual volcaba la madre el pucherete de los días de abundancia o un pobre guiso de patatas al final de la semana. Las ráfagas del invierno cubrían la comida de polvo y hojas secas. Cuando rompía a llover apenas volcado el puchero, la familia se refugiaba en un portal para engullir el resto de su pitanza.