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Actualizado: 27 de noviembre de 2025


Una tarde, después de comer a la francesa, gran novedad en el pueblo, donde el clásico puchero se servía en casi todas las casas de doce a dos, Emma, que bebía a los postres una copa de Jerez superior auténtico, traído directamente, por encargo de la señora, de las bodegas jerezanas, se quedó mirando a su marido fijamente, con ojos que preguntaban y se reían, burlándose al mismo tiempo; mientras sus labios y el paladar saboreaban un buche del vino andaluz que ella zarandeaba con la lengua voluptuosamente.

Don Juan de Villegas era un vizcaíno que frisaba en los treinta y cinco años, y que llegó a Lima en 1674 nombrado para un empleo de sesenta duros al mes, renta asaz mezquina aun para el puchero de una mujer y cuatro hijos, que comían más que un cáncer en el estómago.

Lo que hace falta es no vivir al día, y gastar menos de lo que se tiene; no arrastrar coche cuando el puchero escasea, y confiar el porvenir al trabajo honrado y no al azar del juego. Diríase que es usted situacionista. No lo fuí nunca y menos lo sería ahora. Pero no me negará usted que aquí todo se vuelve hablar y nada entre dos platos. Luego, el ministro de Hacienda...

Phs... Me parece que la hermanita es una chicuela con un puchero de grillos en la cabeza. Ni sabe lo que quiere, ni por lo visto lo ha sabido en su vida. Al cabo hará lo que le manden... Conozco el paño. Me molestaron grandemente aquellas palabras, no tanto por el desprecio que envolvían hacia la mujer que me tenía seducido, como por encontrar en ellas alguna apariencia de razón.

Todos los utensilios de cocina de Hexe-Baizel consistían en una olla de metal, un puchero de barro rojo, dos platos desportillados y tres o cuatro tenedores de estaño; todo su mobiliario, en un asiento de madera, una hacheta para partir la leña, una caja con sal colgada de la piedra y la gran escoba de retamas verdes.

Y depositando en tierra el puchero, sentose con toda su familia en torno de él. Era una comida extraordinaria. El tufillo de los garbanzos despertaba cierta emoción en la gañanía, haciendo converger muchas miradas de envidia en el grupo de los gitanos. Zarandilla interpelaba a la vieja burlonamente.

El respeto del viajero por las ruinas «donde ha ocurrido algo» sentíalo Ojeda al pasar por estas calles angostas, con el pavimento desigual cubierto de suciedades, grupos de chicuelos jugando «al toro» en las esquinas, comadres sentadas ante las puertas, por las que se esparcían vahos de puchero pobre, y balcones que goteaban una humedad de ropa vieja puesta a secar.

¡En León!... , en efecto acaso allí sea más fácil.... Pero no veo... Las de Arga, tienen ya novio; Concha Vivares sólo es rica en esperanzas, hay una tía que piensa dejarle su herencia: mas de aquí a que estire la pata.... La de Hornillos... no; la de Hornillos sólo tiene pergaminos, y eso no se echa en el puchero....

Al ver esto, todas las vecinas de la casa que estábamos en los balcones, empezamos a tirarles cuanto teníamos. Una les echaba una cazuela de agua hirviendo, otra la sartén con el aceite frito; yo cogí el puchero que había empezado a cocer, y sin pensarlo dije: «Allá va»; y aunque aquel día nos quedamos sin comer, no me pesó, no, señor.

Ya dorada se traslada a un puchero grande de barro, provisto de un lecho de buen tocino, y se pone a cocción lenta. Se moja a nivel de la carne con buen vino tinto y el adobo. Se deja que vaya cociendo a fuego lento hasta que espese la salsa. Se desengrasa, y se sirve.

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