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Actualizado: 14 de junio de 2025
Oh, no, lo que es a ella no la mataría, ni con puñal, ni con bala, ni con palabras fulminantes...». ¿Quién estaba ahí? preguntó Ana tranquila. El Magistral respondió don Víctor, que suponía a su mujer enterada de lo mismo que preguntaba. Ana se turbó. ¿A qué venía... a estas horas? preguntó disimulando sus temores. ¿A qué?
Como presumía de buen cuerpo y usaba corsé dentro de casa, aquella parte que le faltaba la suplió con una bien construida pelota de algodón en rama. A la vista, después de vestida, ofrecía gallardo conjunto; pero tras de la ropa, sólo la mitad de su seno era de carne; la otra mitad era insensible y bien se le podía clavar un puñal sin que le doliese.
El Magistral, que no había dormido aquella noche, que esperaba noticias de Ana con fiebre de impaciencia, dio media vuelta como un recluta; era la primera vez que el puñal de Glocester, aquella lengua, le llegaba al corazón.
Cosa sorprendente: Apolonio asistía sin enojo, antes con orgullo, al vencimiento de sus gallos. Lo esencial era que nunca cantaban la gallina; morían porque debían morir, que el héroe muere siempre a la postre, y no a manos de otros héroes, sino por el vil puñal.
Don Rosendo, bien puede dispensarme... Usted es un caballero... Un caballero sabe apreciar los sentimientos de otro caballero... La patria antes que todo... Guzmán el Bueno arrojó el puñal por encima de la muralla para matar a su hijo... Demasiado lo sabe usted. ¿Eh?... ¿Qué hay de eso?... Riego murió en un cadalso. ¿Eh?... ¿Qué hay de eso?
Ella vestía trajes de cierta fantasía, con un puñal de plata clavado en la cabellera, adorno romántico que escandalizaba a las devotas señoras mallorquinas. Además, no iba a misa a la ciudad, no hacía visitas, no salía de su casa más que para juguetear con sus hijos o sacar al sol al pobre tísico, dándole el brazo.
La Policía hace entrar sus satélites a la habitación misma de Quiroga en persecución del huésped de la casa, y Facundo, que se ve tratado tan sin miramiento, extiende el brazo, coge el puñal, se endereza en la cama donde está recostado, y en seguida vuelve a reclinarse y abandona lentamente el arma homicida.
Quería verla, necesitaba verla, porque su dolor me atormentaba más que los míos; pero me faltaba valor para ello: temía agravar sus angustias con mi presencia..., y temía, hasta el espanto, leer mi desprestigio en sus ojos. Quien haya tenido hijas buenas y enamoradas de su madre, que diga si hay puñal que más hondo hiera, ni azote que más afrente que la mirada que yo temía.
Se prometió esperar a que estuviese sola para caer en su casa, sorprenderla y arrancarle el puñal de la mano. Guardó su impaciencia durante una hora larga, sin advertirlo. Amaba a la señora Chermidy como no había amado a su mujer ni a su hija. Sentía germinar en su cerebro ideas de abnegación, de solicitud, de desinterés, de humilde esclavitud.
Aun creía la infeliz que sus ruegos podían ablandar á aquellos dos energúmenos de corazón empedernido por el hastío, la insociabilidad y la amargura de una vida claustral. Aun les suplicó: otra vez se volvió á arrodillar delante de María de la Paz, y le tomó las manos, aquellas manos nacidas sin duda para un puñal.
Palabra del Dia
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