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Actualizado: 25 de julio de 2025


Ella vestía trajes de cierta fantasía, con un puñal de plata clavado en la cabellera, adorno romántico que escandalizaba a las devotas señoras mallorquinas. Además, no iba a misa a la ciudad, no hacía visitas, no salía de su casa más que para juguetear con sus hijos o sacar al sol al pobre tísico, dándole el brazo.

Los portugueses y los españoles del otro mar habían encontrado nuevos derroteros, y las naves mallorquinas pudríanse en la inacción. Ya no había guerras con los piratas. La santa Orden de Malta sólo era una distinción honorífica. Un hermano de su padre, comendador en La Valette cuando Bonaparte conquistó la isla, había venido a morir a Palma con su pobre pensión de retirado.

El mar embravecido devoró nuevos buques, y las galeras mallorquinas llegaron tristemente a la bahía de Palma escoltando al Emperador, que sin querer bajar a tierra se dirigió a la Península.

Don Horacio recordaba el esplendor de estas recepciones. Los antiguos sabían hacer las cosas en grande. Cuando nació tu padre decía a su nieto , fue la última fiesta en esta casa. Ochocientas libras mallorquinas pagué a un confitero del Borne por azucarillos, bizcochos y refrescos. De su padre se acordaba Jaime menos que de su abuelo.

En las más antiguas cartas mallorquinas que se conocen está ya pintada la rosa náutica con treinta y dos vientos tal cual se fijaba sobre la aguja tocada del imán; tal cual la llevó Colón en las carabelas y con la elegancia con que la dibujó Juan de la Cosa en su famoso mapamundi. De que así era da otras pruebas al referido Diario de Colón, documento primordial en nuestras investigaciones.

Palabra del Dia

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