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Mal prevenido el gran Maestre de San Juan, Gaspar de Valette, no pudo resistir el furioso embate y repetidos asaltos de los genízaros; faltáronle municiones, vituallas y gente, obligándole la necesidad á capitular con seguro de las vidas.

Los portugueses y los españoles del otro mar habían encontrado nuevos derroteros, y las naves mallorquinas pudríanse en la inacción. Ya no había guerras con los piratas. La santa Orden de Malta sólo era una distinción honorífica. Un hermano de su padre, comendador en La Valette cuando Bonaparte conquistó la isla, había venido a morir a Palma con su pobre pensión de retirado.

Al Maestre de San Juan, Valette, antes nombrado, había sucedido F. Parisiote, residiendo en Malta con la idea fija de recuperar á Trípoli. La coyuntura de la paz entre España y Francia, acordada en abril de 1559, le pareció excelente, pues que consentiría utilizar las grandes fuerzas de mar y tierra de que disponía el Rey Católico antes de deshacerlas.

Monarcas famosos, al pasar por Mallorca, habían salido del alcázar de la Almudaina para visitar a los Febrer en su palacio. Unos habían sido almirantes de las flotas del rey; otros, gobernantes de lejanos territorios; algunos dormían el sueño eterno en la catedral de La Valette con otros ilustres mallorquines, y Jaime había contemplado sus tumbas en una visita a Malta.