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Actualizado: 18 de julio de 2025
¡Pero, hombre de Dios!... No me hables, Pepe.... Me has matado con una palabra.... Déjame tranquilo.... Dios te perdone como yo te perdono.... Yo soy como un conejo a quien hiere el cazador y corre a morir a su madriguera.... No me hurgues más.... Déjame morir en paz. Este símil del conejo le hizo tal impresión después de haberlo proferido, que se dejó caer sollozando en una butaca.
No le llamó «indio», pero Julio oyó interiormente la palabra lo mismo que si el alemán la hubiese proferido. ¡Ay, si la garra oculta y suave no le tuviese sujeto con sus crispaciones de emoción!... Pero este contacto mantuvo su calma y hasta le hizo sonreir. «¡Gracias, capitán! dijo mentalmente . Es lo menos que puedes hacer para cobrarte.»
Apenas entraron en él los ingleses, un grito resonó unánime, proferido por nuestros marinos: «¡A las bombas!» Todos los que podíamos acudimos a ellas y trabajamos con ardor; pero aquellas máquinas imperfectas desalojaban una cantidad de agua bastante menor que la que entraba. De repente un grito, aún más terrible que el anterior, nos llenó de espanto.
Eran las mismas que había proferido en Can Mallorquí. Juraba matarle: prometía ir de noche a la torre del Pirata para incendiarla y hacer pedazos a su dueño.
Un agudo grito salió de su pecho, el primero que había proferido aquel día, y la estrechó contra sí, besándola apasionadamente una y otra vez; meciola con ese movimiento maternal propio de la mujer, y después la llevó hasta la ventana, para verla mejor a través de las lágrimas que nublaban sus pupilas.
Y, sin embargo, si en ese instante Fortunato hubiese proferido una sola palabra afectuosa; si hubiera procurado hacer vibrar el corazón apasionado de la señorita Guichard, la hubiese hecho prorrumpir en sollozos, la hubiera obligado á pedir gracia y la hubiera permitido demostrar la verdadera ternura que sentía por él.
Con ayuda de mi látigo doblado, atraje á mí la extremidad de las ramas más próximas, tomé una á la ventana y me lancé en el vacío. Oí mi nombre, arriba de mi cabeza ¡Máximo! proferido repentinamente con un grito desgarrador. Las ramas de que me había agarrado se inclinaron en toda su largura hacia el abismo: hubo un crujido siniestro; estallaron bajo mi peso, y caí rudamente sobre el suelo.
Mi actitud debía demostrar, sin embargo, lo que ocurría en mi interior. ¡Demasiado tarde!... Podemos sufrir y aceptar el sufrimiento; podemos desesperar y vivir en la desesperación, pero ante la idea de que la felicidad hubiera sido para nosotros; de que la fortuna ha pasado a nuestro lado; de que para obtenerla sólo teníamos que extender la mano, que decir una palabra, y que hemos retirado la mano, y proferido ¡demasiado tarde! la palabra; ante esa idea el corazón cesó de latir...
Palabra del Dia
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