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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Los cuidados que al chico prodigaba eran esmeradísimos; pero no tenía aquella buena señora las tonterías dengosas de algunas madres, que hacen de su cariño una manía insoportable para los que la presencian, y corruptora para las criaturas que son objeto de él. No trataba a su hijo con mimo. Su ternura sabía ser inteligente y revestirse a veces de severidad dulce.
Rosa, aunque avergonzada algunas veces, cuando las caricias subían de punto, y mostrando también cierta vaga inquietud que ella misma no se explicaba, las acogía con agradecimiento, creyéndose simplemente la preferida de su tío, o la que más había simpatizado con él. No observaba la infeliz que no se las prodigaba tan frecuentes y vivas a la vista de los demás como al hallarse solos.
Pero esto había sido al principio. Después... el público empezó a cansarse. Decían que el Obispo se prodigaba demasiado. «El Magistral no se prodigaba». Estudia más los sermones decían unos. Es más profundo, aunque menos ardiente. Y más elegante en el decir. Y tiene mejor figura en el púlpito. El Magistral es un artista, el otro un apóstol.
¡A Juan, porque, ya después de aquellas cartas extrañas que Lucía le había escrito a la finca sin hablarle de su vuelta, recibirlo de aquel modo, con aquella mirada, con aquella explosión de cólera, con aquel desdén! ¿Pues cuándo había cesado de pensar Juan, cuándo, que aquel cariño que con tanta ternura prodigaba, sin fatiga ni traición, sobre su prima, era como una concesión de él, como un agradecimiento de él, como una tentativa, a lo sumo, de asir en cuerpo y ver con los ojos de la carne las ideas de rostro confuso y vestidura de perlas, que cogidas del brazo y con las alas tendidas, le vagaban en giros majestuosos por los espacios de su mente?
Pocos años después, la muerte cernía sus alas sobre el casto lecho de la noble esposa, y un austero sacerdote prodigaba a la moribunda los consuelos de la religión. Los cuatro hijos de Evangelina esperaban arrodillados la postrera bendición maternal.
La señora de Maurescamp prodigaba, mientras tanto, al señor de Sontis, tantos agasajos que a pesar de su aplomo, el joven se encontraba visiblemente confundido; al mismo tiempo, como para imitar a su marido, entreteníase en beber copas llenas de Sauternes y Champagne, lo que le proporcionaba accesos de una alegría extraordinaria.
Paulita sintió despecho y celos; ¿se enamoraría Isagani de aquellas provocadoras actrices? Este pensamiento la puso de mal humor y apenas oyó las alabanzas que doña Victorina prodigaba á su favorito.
Yo, conociéndolo, se los prodigaba, con detrimento del bolsillo, pues el pupilaje seguía corriendo en la fonda. El examen que nunca dejaba de hacer de los que comían cerca de nosotros le sugería observaciones algunas veces muy saladas, siempre vivas y alegres, animadas por esa imaginación meridional que todo lo agiganta.
Fernando prodigaba sus admiraciones a los encantos de aquel panorama delicioso, y saciando sus ojos de hermosura, rememoraba los años infantiles, pródigos en aventuras y promesas. Mientras tanto, doña Rebeca había dejado de reñir a voces; Julio apenas salía de sus escondites, y Andrés no había vuelto a aparecer por la casona.
Hermosa mañana aquella en que me dirigí a pie al palacio de la Princesa, llevando en la mano un ramo de preciosas flores. La razón de estado excusaba mi amor; y si bien las atenciones que prodigaba a mi supuesta prima eran nuevos incentivos a la pasión que me impulsaba, me unían también más estrechamente al pueblo de la gran ciudad, que adoraba a la Princesa.
Palabra del Dia
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