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Actualizado: 10 de mayo de 2025


¿No han vuestras mercedes leído -respondió don Quijote- los anales e historias de Ingalaterra, donde se tratan las famosas fazañas del rey Arturo, que continuamente en nuestro romance castellano llamamos el rey Artús, de quien es tradición antigua y común en todo aquel reino de la Gran Bretaña que este rey no murió, sino que, por arte de encantamento, se convirtió en cuervo, y que, andando los tiempos, ha de volver a reinar y a cobrar su reino y cetro; a cuya causa no se probará que desde aquel tiempo a éste haya ningún inglés muerto cuervo alguno?

¡Cómo es eso, si el mes pasado me ha pagado usted cien mil escudos! repuso el Conde. ¿Yo? Evidentemente; ya no tengo ningún pagaré de usted, pues todos han sido satisfechos, y nada me debe. Eso es imposible. Vea usted a mi notario y él se lo probará. El deudor, que ya no lo era, fue a verme, en efecto, y no podía salir de su asombro. Es una gran suerte para usted le dije.

Una sola frase suya probará su inmenso saber en esa historia viva que se aprende con los ojos: «Vi a José I como le estoy viendo a usted ahora». Y parecía que se relamía de gusto cuando le preguntaban: «¿Vio usted al duque de Angulema, a lord Wellington?...». «Pues ya lo creo». Su contestación era siempre la misma: «Como le estoy viendo a usted». Hasta llegaba a incomodarse cuando se le interrogaba en tono dubitativo. «¡Que si vi entrar a María Cristina!... Hombre, si eso es de ayer...». Para completar su erudición ocular, hablaba del aspecto que presentaba Madrid el 1.º de Septiembre de 1840, como si fuera cosa de la semana pasada.

Después, en el fondo del panorama, la Vega primorosa, donde un tiempo ostentaran en las justas su brío, su galantería y sus odios y ambiciones los Abencerrajes y Zegries, y donde probara una raza intelligente los prodigios del trabajo en el arte de la agricultura y en la ingeniosa actividad de la fabricacion.

Con esto no probará sino una cosa: que si los cubanos toman muy á pecho su desgobierno, no deben separarse de España, sino separarse de ellos mismos y ser otros de los que son, y convertirse, por ejemplo, en yankees. ¿En una nación tan democrática como es y ha sido siempre la nuestra, qué diferencia puede haber ni hubo nunca entre un español de Cuba ó un español, v. gr., de Málaga, de Loja ó de Logroño? ¿Los que alternan, en España, en el poder, con turno más ó menos pacifico, los Narváez, los Cánovas y los Sagastas, ¿no pudieron ser cubanos? ¿Qué inferioridad hemos supuesto nunca, ni por ley ni por costumbre, que exista entre un español de por acá y un español de por allá?

Después de lo cual habiéndose sentado á la mesa habían recobrado fuerzas muy tranquilamente. Vamos, coma usted, señora; es menester sustentarse, Dios lo quiere así decía la señora de Aubry. A los postres, la señora de Saint-Cast hizo subir una botella de un vinillo de España que el pobre general adoraba, en consideración á lo cual suplicaba á la señora Aubry lo probara.

De la misma manera que la arquitectura germánica nos ha legado sus monumentos en Alemania y Francia, en Italia, Inglaterra y España, y que las más importantes tradiciones románticas penetraron en todas las literaturas de Europa, así también todo movimiento científico y artístico pasó de un país á otro y llegó á ser un bien común, y no se libertó tampoco España, como se probará después, de la natural influencia de tan diversas causas.

Pues yo os creo demasiado fuerte, y en cuanto á lo desdichada, estando ausente de vos mi señor el duque de Lemos, no os podéis quejar. Quéjome de que siempre no haya estado lejos. ¡Oh! ¡si no hubiérais sido hija de Lerma! Ni aun delante de , perdonáis á mi padre. Eso os probará que para vos, mi lengua es lengua de Dios. No os entiendo.

Demostracion. Hemos visto que en todo conocimiento es necesario suponer la verdad del principio de contradiccion; luego ninguna puede servir para demostrarle á él. En cualquiera raciocinio que con este objeto se haga, habrá por necesidad un círculo vicioso; se probará el principio de contradiccion con otro principio que á su vez supondrá siempre el de contradiccion.

Y dispense V. E. Como todos los vacíos de mollera, era hablador, y hablador insulso; tomaba la palabra y era un escupir sandeces por aquella boca... El amigo del doctor Eneene tenía que aguantarle su charla y reírle sus gracias, sobre todo, cuando venía el cuento al caso, postre indispensable de su conversación, tan indigesto, que no había quien lo probara dos veces, sin sentirse malo de veras; don Bernardino pasaba por este amigo abnegado: era él bastante fino para apreciar debidamente la estulticia de S. E.; pero, tan calculista como fino, conocido el lado flaco, le adulaba, dejándole hablar, fingiendo escucharle con gusto y riendo a carcajada tendida el cuentecito de cajón.

Palabra del Dia

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