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Actualizado: 11 de junio de 2025


Al recibir Laura los libros, de la estancia, en una artística caja de caoba, Coca no pudo menos de curiosearlos... Y descubrió en la portada del primer tomo, leyéndola en voz alta, la siguiente dedicatoria del obsequiante: «Para mi mejor sino mi único amigo, la señorita Laura Itualde».

La precedente portada es la del interesante folleto de 6 hojas, más una pragmática Real sobre la forma que se ha de guardar en falta de Virrey, se refieren puramente a las causas civiles pendiente en Juzgado del Santo Oficio de la Inquisición.

Al norte de un patio silencioso y tranquilo que por un gracioso vestíbulo de estilo latino abre paso á un claustro de religiosas, hay una pequeña joya de ese tiempo, que es una portada de iglesia, adornada con todos los caprichos que distinguen la decoracion gótica del estilo terciario, y flanqueada de dos elegantes estribos que rematan en agujas prismáticas y pináculos.

El alguacil del tribunal, que llevaba más de cincuenta años de lucha con esta tropa insolente y agresiva, colocaba á la sombra de la portada ojival las piezas de un sofá de viejo damasco, y tendía después una verja baja, cerrando el espacio de acera que había de servir de sala de audiencia.

Por eso suele ponerse en la portada de esta clase de libros, aunque el Sr. Danvila no lo ponga, como aditamento al nombre del héroe y completando el título, ora y su tiempo, ora y su siglo, aunque ni el tiempo ni el siglo quedase muy descabalado o muy inexplicado si el héroe mentalmente se suprimiera. De todos modos, el libro del Sr.

En la calle del Sol, entre la parroquia de Santiago y la romántica puerta de Baeza, se conserva el segundo cuerpo de otra bella portada de escuela bramantesca. Es de graciosas proporciones, tiene columnillas estriadas de órden compuesto sobre pedestales adornados con bustos de gran relieve de buena escultura, y lleva en su cornisamento la fecha del 1520, que es la mejor época del arte plateresco.

Era la biblioteca de un Ulloa, un Ulloa de principios del siglo: Julián extendió la mano, cogió un tomo al azar, lo abrió, leyó la portada... «La Henriada, poema francés, puesto en verso español: su autor, el señor de Voltaire...». Volvió a su sitio el volumen, con los labios contraídos y los ojos bajos, como siempre que algo le hería o escandalizaba: no era en extremo intolerante, pero lo que es a Voltaire, de buena gana le haría lo que a las cucarachas; no obstante, limitóse a condenar la biblioteca, a no pasar ni un mal paño por el lomo de los libros: de suerte que polillas, gusanos y arañas, acosadas en todas partes, hallaron refugio a la sombra del risueño Arouet y su enemigo el sentimental Juan Jacobo, que también dormía allí sosegadamente desde los años de 1816.

Después de pasar el umbral de la Iglesia, Ramiro tiraba de una cuerda oculta detrás de la portada, y, casi al instante, allá arriba, a una altura vertiginosa para sus ojos de niño, asomaba, por un agujero practicado en la bóveda, un rostro diminuto de mujer o de hombre.

Grandes piedras irregulares, retostadas por el sol, asomaban entre la argamasa de los muros. Cerca del suelo, una oblicua saetera, semejante al ojo de enorme cerradura, había servido en otro tiempo para defender la puerta a flechazos. Las rejas eran toscas y tristes. La portada abarcaba casi todo el ancho de la torre.

En el tímpano aparecía la Virgen con seis ángeles de rígidas albas y alas de menudo plumaje, mofletudos, con llameante tupé y pesados tirabuzones, tocando violas y flautas, caramillos y tambores. Corrían por los tres arcos superpuestos de la portada tres guirnaldas de figurillas, ángeles, reyes y santos, cobijándose en calados doseletes.

Palabra del Dia

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