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Actualizado: 25 de julio de 2025
Hiciera calor o frío, arropábase con pieles, pues había adoptado desde su casamiento la idea de que una señora de distinción no debía ponerse en camino sin llevar sobre sí el cuero de algún animal. Creía firmemente que, vestida de ese modo, quedaban borradas las máculas de su origen.
Rosalía no dijo nada. La vergüenza le quemaba el rostro y le oprimía el corazón. Lo que hizo fue apretar el corsé y tirar furiosamente del cordón, como si quisiera partir en dos mitades el cuerpo de la diablesa. «Señora, por Dios, que me divide usted... Yo no me aprieto tanto. Eso se deja para las gordonas que quieren ponerse un tallecito de sílfide... Qué le parece, ¿me peinaré?».
Estaba antes obcecado; aquella luz no podía ser la de las ocho, eran las siete menos cuarto, aquello era el crepúsculo matutino, ahora estaba seguro.... Pero entonces ¿quién le había adelantado el despertador más de una hora? ¿Quién y para qué? Y sobre todo, ¿por qué este accidente sin importancia le llegaba tan adentro? ¿qué presentía? ¿por qué creía que iba a ponerse malo?...».
Pueden ponerse garrafitas de agua y de vino, para que cada invitado tenga una a su derecha y otra a su izquierda; entre cada persona se coloca un salero con su cucharilla. Puede decirse de la vajilla que están admitidas todas las porcelanas sencillas o doradas, y todas las lozas.
Pues bien; a eso de las cuatro, al ponerse el Sol, salimos por la poterna del arsenal, subimos a los caminos cubiertos y nos encaminamos por la avenida de las Vacas, con el fusil al brazo y a paso de carga. Diez minutos después comenzamos a hacer fuego graneado sobre los que se hallaban en el abrevadero.
Al ponerse las botas, la rodilla derecha le dolía como si le metieran por la choquezuela una aguja caliente, y siempre que se inclinaba, un músculo de la espalda, cuyo nombre no sabía él, producíale molestia lacerante, que fuera terrible si no pasara pronto... «¡Qué bajón tan grande, compañero se decía , pero qué bajón! Y esto va a escape. Ya se ve.
Se fue pian pianino, y se sentó en la puerta, en un guardacantón que hay allí. Todos los días iba a ponerse en el mismo sitio, como un centinela.
Parece un sueño. El tetraedro es un sueño. Sólo es verdad el amor, el bien, la amistad. Dentro de la casa, los asilados, en fila, están aguardando que lleguen Apolonio y Belarmino, a fin de ponerse al punto en marcha hacia el comedor y los pasteles. ¿Por dónde andarán esos chiflados? pregunta la hermana de los Dolores. Y sale en busca de ellos.
En fin, todo lo suponía por no suponer que por su libérrima voluntad dejaban de acudir las muchachas a una cita que, implícita, pero claramente, él, tan guapo, tan distinguido, tan ilustre, tan rico y tan seductor, les había dado para los Jardines, no pudiendo entenderse ni ponerse desde luego en relaciones con ellas por no faltar a los respetos y consideraciones sociales.
Déjase correr él que lo ha notado, porque le tiene cuenta la equivocación para sus fines mercantiles, y comienza el asedio de preguntas de aquellos admiradores entusiastas del perínclito francés. «Pero, vamos a ver llegan a preguntarle , ¿cómo puede un hombre ponerse cara a cara con un león y atreverse a soltarle un tiro?» A lo que responde muy sosegadamente el peletero: «De la manera más sencilla. ¿No se han visto ustedes alguna vez cara a cara con una liebre?
Palabra del Dia
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