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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Don Roque, observando que le habían comprendido, se serenó, despojóse del enorme gabán en que yacía prisionero, de la levita, del chaleco. Al tratar de sacarse las botas, su noble faz municipal tomó el color del vino de Valdepeñas después de encabezado, y no pudo llevar la empresa a feliz término. Cuando vino la criada con el ponche, concluyó de sacárselas.
El alemán se inclinó en señal de gratitud, y siguió al español, el cual bajó al comedor y pidió un ponche. A la testera de la mesa estaba el gobernador con sus dos acólitos; a un lado había dos franceses. El español y el alemán se sentaron a los pies de la mesa. Pero ¿cómo preguntó el primero habéis podido concebir la idea de venir a este desventurado país?
Por dicha, en lugar de acudir a la pistola para consolarse, ha echado mano del ponche, lo que si no es tan sentimental, es mucho más filosófico y alemán.
El tío Frasquito recordaba haber aprendido en el Colegio Imperial, allá cincuenta años antes, aquello de Horacio: «Fecundi calices quem non fecere disertum?». Y el ponche fue aceptado con disimulado entusiasmo.
La criada no entendió una palabra de su discurso, pero adivinó bien esta vez la sustancia, y se retiró. Don Roque se dejó caer, en efecto, sobre el lecho. Se cubrió con la ropa hasta la cintura, y reclinando la espalda contra las almohadas, tomó el vaso de ponche y lo acercó a los labios. Al instante echó de ver que existía deficiencia en una de las bases.
Quedó el español pensativo al oír estas palabras. Al considerar aquel rostro en que se pintaban el candor y la suavidad; aquellos ojos azules, puros como los de un niño; aquella sonrisa triste y al mismo tiempo confiada, se sintió vivamente interesado y casi enternecido. ¿Queréis le dijo después de una breve pausa bajar conmigo, y aceptar un ponche para desechar el frío? Entre tanto, hablaremos.
¡Ah! no; ya lo verá usted; ahora está bebiendo un poco de ponche para calentarse. ¿Sí, eh? ¡Magnífico! No se le olvide a usted aquel grito en aquel verso. No se me olvida, descuide usted; aturdiré el teatro. Sí, un chillido sentido: como que ve usted al otro muerto. Conque salga como en el penúltimo ensayo, me contento. Alborota usted con ese grito. ¡A mí me estremeció usted, y soy el autor!...
Tantas cosas hizo, que a la postre el bueno del Papa, que se sentía envejecer, le confió el cuidado de vigilar la cuadra y llevar a la mula su ponche de vino a la francesa; lo cual movía ya a risa a los cardenales. Tampoco era esto cosa de risa para la mula.
Por entonces, a la hora de su vino, llegaban siempre junto a ella cinco o seis niños de coro, que se metían pronto entre la paja con su capa de color de violeta y su alba de encajes; después, al cabo de un momento, un buen olor caliente de caramelo y de aromas perfumaba la cuadra, y aparecía Tistet Védène llevando con precaución el ponche de vino a la francesa.
Los alegres catapúsanes se llamaron saraos y hoy soarees con su buffet, sus emparedados, su ponche á la romana y hasta su Petit Journal ó su Correspondencia, que al día siguiente pregona que la bella señorita de tal estaba hecha una princesa, su mamá una reina y su papá un bajá de tres colas, que dando la majestuosa familia encantada de las letras, por más que saquen astillas del individuo que las escribe.
Palabra del Dia
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