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Se le acusó de infidencia, sin mas fundamento que el haber sabido que el esclavo de un platero, ocupado en sacar en limpio los borradores del piloto, los habia mostrado á D. José Custodio y Farias, brigadier portugues, que solicitaba entrar al servicio de España.

Cuando estuvieron algo apartados de la casa, el escudero dijo: Os advierto que ese Gabriel Cornejo es un bribón, y que si queréis que os lo que vale la joya, será bueno que la tase un platero. Os agradezco el aviso. ¿Y conocéis á alguno? Háilos aquí á montones, en Santa Cruz. Pues llevadme á uno. ¿Veis aquella tienda obscura de los portales? que la veo.

Plácido y el pirotécnico se cambiaron otra mirada. Si no llega á estar enfermo ese... ¡Se simula una revolucion! añadió negligentemente el pirotécnico, encendiendo un cigarillo por encima del tubo del quinqué; y ¿qué haríamos entonces? Pues hacerla ya de véras, porque, ya que nos van á degollar... La tos violenta que se apoderó del platero impidió que se oyese la continuacion de la frase.

Millán llevaba adelantados a Pepe dos meses de jornales; fue preciso deshacerse de cuanto tenía algún valor; el reloj de don José, el de Pepe y varios cubiertos de plata se malvendieron a un platero de portal; el dueño de la lonja de ultramarinos amenazó con no seguir fiando si no le entregaban algo a cuenta, y llegadas a tal extremo las cosas, aun se resistió Leocadia a empeñar una sortija de poco precio, que Pepe la regaló en tiempos más felices.

Nuestro platero conocía, pues, a palmos el convento y la iglesia, circunstancia que le sirvió para realizar el robo de la Custodia, tal como lo dejamos referido. Dueño de tan valiosa prenda, se dirigió con ella a su casa, desarmó el sol, fundió el oro y engarzó en anillos algunas piedras.

Los jóvenes aventureros, sin embargo, no habían hecho bien sus cálculos pecuniarios, y se vieron forzados á vender una mula, aunque de nada les sirviera, puesto que en Segovia quisieron desprenderse de algunas alhajas; el platero, á quien intentaron venderlas, creyó que las habían robado y fueron encerrados en la cárcel, hasta que el Corregidor sospechó felizmente la verdad del caso, y los obligó á volver á Madrid de nuevo.

Abrióle el señor Longinos, y miró y remiró la sortija. Muy rico es quien ha mandado montar este diamante dijo con una entonación particular el platero. En efecto, es grandemente rico; pero no se trata de eso. El valor de esa joya, ¿á cuánto ascenderá? ¿Queréis venderla? Os pregunto que cuánto vale esa joya.

Un recibo de tres mil y doscientos doblones, por los tres mil. En buen hora. Pero... dijo el señor Melchor, que temblaba presintiendo las iras de su cónyuge. ¿Qué tenéis vos que ver en esto? dijo don Juan ; asunto concluído: extendamos los recibos. El señor Melchor se calló. El señor Longinos puso sobre el mostrador papel y tintero, y los respectivos recibos se extendieron dictándolos el platero.

¡Dice que vale trescientos doblones! exclamó y bien lo creo; esto es muy bueno, muy hermoso, ¿pero por qué me da tanto ese caballero? ¿si serán falsas estas piedras? Esperanza no durmió en toda la noche; al día siguiente se levantó muy temprano, y se fué á una platería. Un caballero que me solicita dijo al platero me ha dado estas joyas: yo he temido que sean falsas.

Bueno, voy a vestirme; ¿mandó ensillar? ¿En cuál va a ir?... ¿En el zaino?... No; hágame ensillar el Platero... con recado, ¡eh! repuso Melchor dirigiéndose a su dormitorio.