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Actualizado: 19 de mayo de 2025


El triple delincuente, volviéndose de mil colores é indignado por las palabras de Pimentó, no pudo contenerse: ¡Mentira y recontramentira! El tribunal se indignó ante la energía y la falta de respeto con que protestaba aquel hombre. Si no guardaba silencio, se le impondría una multa. Pero ¡gran cosa eran las multas para su reconcentrada cólera de hombre pacífico!

Allí era donde más intolerable resultaba el olor de alcohol. Parecían impregnados de él los alientos y la ropa de toda la gente. Vió Batiste á Pimentó y á sus contrincantes sentados en taburetes de fuerte madera de algarrobo, con los naipes ante los ojos, el jarro de aguardiente al alcance de una mano y sobre el cinc el montoncito de granos de maíz que equivalía á los tantos del juego.

De aquí las exclamaciones de asombro y el gesto de rabia de toda la huerta cuando Pimentó, de campo en campo y barraca en barraca, fué haciendo saber que las tierras de Barret tenían ya arrendatario, un desconocido, y que «él»... «¡élfuese quien fuese estaba allí con toda su familia, instalándose sin reparo... «¡como si aquello fuese suyo

Y el fantasma, envolviéndole el rostro con su respiración ardiente, dejaba caer sobre Batiste una mirada que parecía agujerearle los ojos y descendía y descendía hasta arañarle las entrañas. ¡Perdónam, Pimentó! gemía el herido con voz infantil, aterrado por la pesadilla.

«Las tierras de Barret.... Una familia entera.... Iban á trabajar, á vivir en la barraca. Ella lo había vistoPimentó, cazador de pájaros con liga, enemigo del trabajo y terror de la contornada, no pudo conservar su gravedad impasible de gran señor ante tan inesperada noticia. ¡Recontracordóns!...

¡Pimentó!... ¡Lladre! ¡asómat! . ¡Pimentó!... ¡Ladrón! ¡asómate! Y su propia voz le causaba extrañeza, como si fuera de otro. Era una voz trémula y aflautada por la sofocación de la cólera. Nadie contestó. La puerta seguía cerrada: cerradas las ventanas y las tres aspilleras del remate de la fachada que daban luz al piso alto, á la cambra, donde eran guardadas las cosechas.

La imagen de su familia hambrienta y sin hogar le dió una agresividad colérica. Hasta sintió deseos de acometer á aquella gente sólo por haberle exigido tal monstruosidad. ¿T'en vas? ¿t'en vas? preguntaba Pimentó, cada vez más fosco y amenazante. ¿Te vas? ¿te vas? No, no se iba. Lo dijo con la cabeza, con su sonrisa de desprecio, con una mirada de firmeza y de reto que fijó en todo el corro.

Pimentó, rodando por la pendiente de su cólera, sintió caer de un golpe sobre su cerebro todo el aguardiente bebido en dos días. Había perdido su serenidad de ebrio inquebrantable, y al levantarse, tambaleando, tuvo que hacer un esfuerzo para sostenerse sobre sus piernas.

Batiste, para burlarse de su propia inquietud, exageraba el peligro mentalmente. ¡Magnífico lugar para soltarle un escopetazo seguro! Si Pimentó anduviese por allí, no despreciaría tan hermosa ocasión. Y apenas se dijo esto, salió de entre las cañas una recta y fugaz lengua de fuego, una flecha roja, que al disolverse produjo un estampido, y algo pasó silbando junto á una oreja de Batiste.

No les quedaba otra cosa que los fardos que estaban en el suelo, la ropa usada, las herramientas: lo único que les habían permitido sacar de su casa. Y las palabras eran entrecortadas por los sollozos, y volvían á abrazarse el padre y las hijas, y Pepeta, la dueña de la barraca, y otras mujeres lloraban y repetían las maldiciones contra el viejo avaro, hasta que Pimentó intervino oportunamente.

Palabra del Dia

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