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«No lo que habrá aquí dijo Pez revolviendo el tesoro con sus dedos, y afectando hacerlo con indiferencia para dar a entender su familiaridad con los millones . Mil, dos, cuatro, ocho... Usted dirá». El efecto fue inmenso.

D. Manuel; pero me parece que estamos mejor a oscuras... Paquito, abre toda la ventana. Que entre el aire, aire, aire...». Poco después, Bringas, cansado de oír las anécdotas universitarias que su hijito le contaba, dijo en voz alta: «Sr. de Pez... ¿No está?». «No está» observó Paquito. ¡Rosalía! ¡Mamá! gritó el joven llamando. Poco después apareció Rosalía.

Pero tal comercio tiene algo de trabajo, y exige recorrer ciertas calles, instalarse en las puertas de los cafés, consagrarse al negocio con cierta formalidad. Eran niños, necesitaban juego como el pez necesita agua, y así por las tardes se iban al río a recoger matacandiles.

Quiroga fijó en él sus ojos atrevidos, y dijo con su eterna sonrisa irónica: Es la historia de siempre. En la gota de agua, como en el mar, como en todas partes, el pez grande se traga al chico. La sonrisa del duque se apagó. Dirigió una mirada oblicua al médico, que no apartó la suya fija y misteriosa, y dijo bruscamente: Creo, señoras, que deben ustedes ir aburridas de ciencia.

Pero sabía el usurero escoger su presa, y cuando el pez cogido en la malla era pequeño o no prometía nada de , sin piedad arrojábalo a la corriente; el joven Vargas, no hay que decirle, era un miserable pececillo, pura escama y pura espina, a pesar de sus colores brillantes y sus aires pretenciosos; reconocerle y echarle al agua de cabeza, fué todo uno.

Te diré... desde que le vi, me dije: «Yo conozco esa cara». Pero no pude caer en quién era. Entró Pez y hablamos...

«Porque usted dijo Pez volviendo a su tema quejumbrón tendrá al fin que echarme de su casa... tan pegajoso e impertinente soy».

Era este Pez el hombre más correcto que se podía ver, modelo excelente del empleado que llaman alto porque le toca ración grande en el repartimiento de limosnas que hace el Estado; hombre que en su persona y estilo llevaba como simbolizadas la soberanía del gobierno y las venerables muletillas de la administración.

Señor Consejero, hoy le he visto desde la rectoral sacar con la caña un pez muy gordo. Por cierto que me pareció un salmonete, y a D. Miguel una robaliza. Hemos disputado un poco. Tiene mejor vista el cura que usted. Una robaliza era dijo gravemente el caballero interpelado, sin levantar la vista de las cartas.

Al cabo de quince días, perdió por completo la piel, crió seguida otra nueva, y recuperó su forma y color primitivos. El triunfo del doctor era evidente. Mi único sentimiento decía, es que no hayamos guardado a Romagné en una jaula, para observar en él, al mismo tiempo que en vos, los efectos del tratamiento. Estoy seguro que ha estado, durante siete u ocho días, cubierto de escamas como un pez.