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Actualizado: 23 de junio de 2025


»Sucedió, pues, que se pasaron muchos días que, sin decir Lotario palabra a Camila, respondía a Anselmo que la hablaba y jamás podía sacar della una pequeña muestra de venir en ninguna cosa que mala fuese, ni aun dar una señal de sombra de esperanza; antes, decía que le amenazaba que si de aquel mal pensamiento no se quitaba, que lo había de decir a su esposo. »-Bien está -dijo Anselmo-. Hasta aquí ha resistido Camila a las palabras; es menester ver cómo resiste a las obras: yo os daré mañana dos mil escudos de oro para que se los ofrezcáis, y aun se los deis, y otros tantos para que compréis joyas con que cebarla; que las mujeres suelen ser aficionadas, y más si son hermosas, por más castas que sean, a esto de traerse bien y andar galanas; y si ella resiste a esta tentación, yo quedaré satisfecho y no os daré más pesadumbre.

Su vida de empleadillo y jornalero le producía un puñado de duros, con los cuales había para ir a la compra y casi con igual frecuencia a la botica. De la abogacía no se volvió a hablar: lo de seguir carrera fue un sueño, y, sin embargo, el haber tenido que renunciar a ella era la pesadumbre de toda la familia.

Y si esto es verdad, como lo es, ¿para qué quiero yo tomar trabajo agora de desnudarme del todo, ni dar pesadumbre a estos árboles, que no me han hecho mal alguno? Ni tengo para qué enturbiar el agua clara destos arroyos, los cuales me han de dar de beber cuando tenga gana.

La carretera abierta en la dilatada extensión de la llanura, se destacaba interrumpiendo el gris terroso de los campos, como una cinta blanca y ancha tendida sobre los surcos en rastrojo. Por su centro iba la cuerda, la reata humana, doblemente rendida a la pesadumbre de la fatiga y del delito.

Con gran pesadumbre comprendía el devoto anticuario que el contraste del lugar sagrado con las insinuaciones talares de la Fandiño, en vez de apagar sus fuegos interiores, era alimento de la combustión que deploraba, como si a una hoguera la echasen petróleo.... Entraron en la capilla del Panteón. Era ancha, obscura, fría, de tosca fábrica, pero de majestuosa e imponente sencillez.

Para Amaury y Magdalena, a quienes la fuerza de la costumbre no les dejaba ver la verdadera causa de las rarezas del doctor, no obedecían éstas a otra causa, que a pasajeras contrariedades, y estaban muy lejos de advertir la pesadumbre real que motivaba aquella metamorfosis.

El día de mañana aportaría su ración de pesadumbre, y lo mismo el siguiente y los sucesivos: cada uno traería su propio pesar que, en esencia, era sin embargo el mismo que ahora le parecía tan inmensamente doloroso.

Don Quijote, que sintió la pesadumbre de aquel desaforado golpe, dio una gran voz, diciendo: ¡Oh señora de mi alma, Dulcinea, flor de la fermosura, socorred a este vuestro caballero, que, por satisfacer a la vuestra mucha bondad, en este riguroso trance se halla!

Por algún tiempo estuvo Cervantes sin poder darse cuenta de si era persona de este mundo o alma del otro, abatido por la misma grandeza y pesadumbre de lo que le acontecía.

«Querido Manuel: No si recibirás en París estas líneas ni cuándo llegarán a tus manos. que voy a darte una pesadumbre, y, sin embargo, ni quiero ni puedo dejar de escribirte. Yo lo hubiera hecho de todos modos, pero además lo hago por encargo de Felisa.

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