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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Arrastraba la cruz sudoroso y jadeante, cambiando la carga de lugar cuando sentía uno de sus hombros entumecido por la dolorosa pesadumbre. Las mujeres lloraban con la vehemencia meridional, dramática en sus manifestaciones. Los camaradas le tenían lástima, y sin osar reírse de su penitencia, le ofrecían por compasión vasos de vino.
El Comendador tenía poquísimo más capital, sumando el valor de algunas finquillas que había comprado cerca de Villabermeja, y lo que tenía en varias casas de banca en la Gran Bretaña y en Madrid. Su decisión, á pesar de la pesadumbre, fué firme, con todo. El Comendador sabía y estimaba cuánto vale el dinero. La vanidad de haberle adquirido diestra y honradamente le daba para él mayor hechizo.
Así era la vida que la opulenta condesa de Trevia, gloria y admiración de los salones de la corte, verdadera estrella Sirio de la sociedad madrileña, encontraba dulce y amable. Algunos días salía de caza, con no poca pesadumbre, pues aunque amaba el ejercicio y los campos, aborrecía la muerte de los animales inocentes. Además, se veía precisada á estar con él algunas horas.
Avergonzábase de su propia estupefacción y de lo que había admirado en su casa como supremo lujo. «¡Lo que es la ignoransia!» Y al sentarse lo hizo con miedo, temiendo que la silla crujiese rota bajo su pesadumbre. La presencia de doña Sol le hizo olvidar estas reflexiones.
Desde aquellos días se entenebrecieron más sus ideas sobre las gentes y las cosas del mundo, y le parecieron lo más abominable de él las mujeres casadas de más alegre y más lujosa vida. ¿No habrían perdido tres hijos..., dos, cuando menos; uno siquiera? Pues ¿dónde estaban las señales de su pesadumbre? No podían ser buenas madres las que olvidaban a sus hijos muertos.
Disculpa tiene en quererla El señor don Juan. La moza En otro traje pudiera Hacer á cualquiera dama Pesadumbre y competencia. 1680 ¿Es todo por darme vaya? DO
Dígolo porque su suerte le trujo a mi galera y a mi banco, y a ser esclavo de mi mesmo patrón; y, antes que nos partiésemos de aquel puerto, hizo este caballero dos sonetos, a manera de epitafios, el uno a la Goleta y el otro al fuerte. Y en verdad que los tengo de decir, porque los sé de memoria y creo que antes causarán gusto que pesadumbre.»
Había otro con traje de doctor, con las cejas fruncidas y la frente arrugada como si tuviese agobiados los sesos bajo la pesadumbre de tanta jurisprudencia. Tenía un birrete en la mano y otro sobre la mesa, quizás para el caso de que se inutilizase el primero. Seguía cayendo agua copiosamente.
Aquí llegó Eduardo de Fontano, El año sobre mil y los quinientos De ochenta con mas dos, con viento sano, Mas no supo de pueblos ni de asientos: Que si acaso supiera el luterano Que allí habia poblados y cimientos, Sin duda en pesadumbre nos pusiera, Que habia el aparejo en gran manera.
Escribí a mi casa que yo no había menester ir más a la escuela, porque, aunque no sabía bien escribir, para mi intento de ser caballero lo que se requería era escribir mal; y así, desde luego renunciaba la escuela por no darles gasto y su casa para ahorrarlos de pesadumbre. Avisé de dónde y cómo quedaba y que hasta que me diesen licencia no los vería.
Palabra del Dia
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