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Actualizado: 17 de julio de 2025


Era blanca la casa, blancas las persianas, blanca la verja, blanca la tienda de campaña de blanco pabellón ya levantada en la playa, blanca la lancha amarrada a la orilla; blancos los rosales que florecían en los cuadros, los geranios que adornaban la entrada y los claveles que perfumaban el jardín.

Los dos balcones del despacho daban al jardín y, a través de los listones de las persianas caídas, se veía una pequeña estufa con plantas de flores costosas, destinadas a morir en los búcaros de un gabinete o prendidas en el pecho de una mujer bonita.

Cada roca esparcía el terror y el regocijo a un tiempo. La movible batería de brazos disparaba ruidosa metralla, cubriendo el aire de objetos; los cristales caían rotos, y hasta las persianas quedaban desvencijadas bajo la granizada de confites. En los balcones, las señoritas cubríanse el rostro con el abanico, temerosas al par que satisfechas de que las acribillasen con tan brutales obsequios.

No; pero... no está bien. No estaba bien, pero lo toleró. Sus rostros quedaron tan cercanos, que los rizos de Paz le rozaban a él la frente. La crucecita de oro que la niña lucía en el pecho, temblaba con el movimiento de la respiración, y el viento suave, penetrando por entre los listones de las persianas, parecía empeñado en empujar los cabellos de Paz contra la cara de Pepe.

De repente se iluminó la habitación del Duque, cuyas mal cerradas persianas me permitieron ver en parte el interior de la misma, poniéndome de puntillas sobre la sumergida roca. Luego se abrieron las persianas por completo y distinguí el gracioso contorno de Antonieta de Maubán, destacándose con toda precisión en la viva luz del cuarto.

Las persianas cerradas se abrían tras cortos intervalos, indicando el despertar de los señores, y los criados fingían acelerar la faena de borrar el desorden causado por la fiesta. Sólo en la habitación de Josefina reinaban todavía la quietud y el silencio.

La habitación era muy pequeña, provista de persianas verdes y de espalderas entre las ventanas, todo limpio, sencillo, modesto como el dueño, con esa falta de comodidad que nada habría hecho presumir tratándose de la casa de Agustín soltero, pero que estando casado delataban desde luego la penuria.

Entró Pepe Vera, abrió las persianas para que entrase la luz, se echó sobre una silla sin dejar de fumar, y mirando a María, cuyas mejillas encendidas y cuyos ojos hinchados indicaban una seria indisposición. ¡Buena estás! le dijo . ¿Qué dirá Poncio Pilatos? No está en casa respondió María cada vez más ronca.

Desapareció la silueta de Henzar y la puerta que se cerraba tras él. Antonieta y Miguel quedaron solos y noté con pesar que el último cerraba la ventana. Todavía los vi hablar unos momentos, Antonieta movió la cabeza negativamente y el Duque se apartó de ella con ademán impaciente. Perdí de vista a la dama, volví a oír la puerta que le daba paso y el Duque cerró las persianas.

Las ventanas de los palacios tienen las persianas echadas y reina tal silencio en sus inmediaciones, que cualquiera los creería deshabitados. Esto contribuye a despertar en la imaginación de los paseantes recuerdos o sueños romancescos. Aquellos palacios deben de guardar seres bellos y felices que se alejan del ruido de la corte a fin de paladear con más tranquilidad su dicha.

Palabra del Dia

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