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Actualizado: 17 de junio de 2025
¡Oh! amigo mío, no es sólo eso lo que sé; ¿y su quinta a orillas del Guadalquivir? ¿y aquel lindo tocador tapizado con esteras de Lima, con sus persianas verdes y su pila de mármol blanco? ¡Jesús! ¡cómo ese demonio puede saber!... Es allí donde, durante el ardiente calor del día, la señora Pérez va a buscar el silencio y el fresco. ¡Perro! no profanes un nombre respetable.
¿Y si viene alguien por la puerta falsa? Si es Pepe Vera, déjale entrar, que tengo que decirle. Echa las persianas y vete. Salió la criada y a los pocos pasos volvió atrás, dándose un golpe en la frente. Aquí dijo hay una carta que el amo ha dejado a Nicolás para entregárosla. Vete a paseo con tu carta dijo María ; aquí no se ve y además quiero dormir. ¿Qué me dirá?
La alborada clareó detrás de las persianas y me encontré reclinado en un diván, exhausto y semidesnudo, sintiendo el cuerpo y el alma desvanecerse, disolverse en aquel ambiente tibio donde erraba un olor suave de polvos de arroz, de hembras y de punch.
»Hacía un calor asfixiante, un sol que abrasaba, y, para preservarme del polvo, llevaba corridas las persianas de mi berlina, donde permanecí aguardando que llegasen a la posada las mulas para poder continuar mi camino.
Abrió luego las persianas, descorrió las cortinas y entróse en el cuarto de vestir para preparar el agua caliente y la ropa del señorito. Habían dado ya las doce y media.
Era la una de la madrugada, y acababan de recogerse cerrando persianas y vidrieras, cuando Cristeta oyó golpecitos dados en la puerta por donde comunicaban las dos habitaciones. Aproximose al tabique, dio otros golpecitos, y acercando la boca al ojo de la cerradura preguntó: ¿Eres tú?
Lo mismo acaeció esta mañana, lo cual me pesó, como es natural, más que nunca. No vi a Gloria ni rastro de ella. Los miradores seguían con los mismos transparentes de tela fruncida; las ventanas, con las mismas persianas verdes; el patio, en idéntica soledad. Ni una sombra ni el más leve ruido. ¡Qué anhelo, qué curiosidad sentía yo por ver a mi monjita con el vestido de sociedad!
Condujo á Herminia á una habitación del primer piso y abriendo vivamente las persianas, dijo: Esta es la habitación que yo habitaba en otro tiempo, cuando vivía el tío Guichard ... Te la doy, hija mía ... Comunica con otro cuarto que será, para tu marido cuando haya cesado de enfurruñarse y venga á reunirse contigo. ¿Podrá, entonces, venir? Sin duda alguna. Pero, ¿sabe que estamos aquí?
Una copiosa nevada blanqueaba matorrales, plantas, paredes y palos de telégrafo; ponía estrecho cerco a la dulce capital italiana, arremolinábase alrededor de las enormes columnas dóricas de madera en la casa de correos y en el hotel, suspendíase de las persianas verdes de las mejores casas y empolvaba las siluetas angulosas, rígidas y oscuras de sus vías.
Bien pudiera decirse de ella lo que con mucho menos motivo dicen que dijo Voltaire de las Cartas persianas de Montesquien: ¡esas cartas persianas tan fáciles de componer! ¡...! No pretendo rebajar ni ensalzar aquí el mérito de las novelas francesas y rusas, que encomia el Sr. Reyles, ni de estas otras novelas americanas que yo he citado.
Palabra del Dia
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