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Hoy, que es día de gloria, también yo me atrevo a pedirles que me perdonen. Hace ya años, y aunque con la mejor intención, yo les he hecho sufrir. Y algo peor: yo he contribuído, con mi aturdimiento insensato, a hacer desgraciada a Angustias, quizás a don Pedrito, y, desde luego, a ustedes. ¡Bien lo he pagado! Dios me perdonará. Perdónenme ustedes. ¿Qué dice usté ahí, Felicita? No sea usté simple.

¡Dios le perdonará esta falta! exclamó Juanita, ¡y Carlos también! ¡Que venga si quiere verme viva! Y mientras el anciano apresuraba su marcha vacilante, Juanita, que se creía haber recobrado su alma y su energía, trazó algunas palabras, rápidamente, en un papel que entregó a Fernando, diciéndole: Esta carta para el cardenal Bibbiena.

Tal vez no tenga derecho de mezclarme de este modo en sus asuntos más íntimos, pero confío que usted me perdonará cuando reflexione que si me atrevo a hacerlo, es por ella, por esa pobre niña. ¡Y bien! exclamé, algo sorprendido de su inesperado cambio.

De veras digo que si tuviera ocasión, le habría de decir a doña Guillermina que me perdonara». La soledad en que vivía, favoreciendo en ella esta resurrección mental de lo pasado, inspirábale juicios muy claros de sus acciones y sentimientos.

Por la tarde, después de una comida muy alegre, y en el momento en que Herminia y Mauricio se disponían á bajar al jardín, la señorita Guichard se adelantó hacia el pintor y le dijo: Querido hijo mío, desearía hablar cinco minutos con usted ... Herminia me perdonará que le separe á usted de ella ... será la última vez ... Anda, hermosa mía, ve á coger un ramo de rosas para Mauricio ... Cuando hayas acabado, te le devolveré....

Buenos días, señor Ojeda... Usted perdonará la libertad que me tomo, pero yo soy amigo de don Isidro, y tal vez le habrá hablado de mi persona... Usted dispense que me acerque así como así, ¡pero entre compatriotas! ¡somos tan pocos en el buque!... Por eso me he dicho: «Aunque no sea correcto, voy a saludar a ese señor».

Yo te creía más pacífico... ¡Me has dado un susto!... Todavía me late el corazón con prisa. ¡Ah, señorita! ¡Si usted supiera el sentimiento que tengo por haber hecho esa barbaridad!... Me estaría dando de palos hasta romperme la cabeza, por bruto. Pero ya ve usted, era mi primo... Usted es muy buena, señorita, y me perdonará, ¿no es cierto?

Viendo que el asunto no se presentaba del todo feo, se me ensanchó el corazón y pude replicar, sonriendo humildemente: Espero que usted nos perdonará esta falta... Gloria no ha tenido ninguna culpa... He sido yo el que... ¿Falta? Aquí no hay falta.

Solloza con Schubert, canta y sueña con Mendelssohn, brilla y gime con Chopín, vibra y arrebata con Rubinstein, conservando siempre, arriba de todo, el carácter expresivo de su personalidad. ¿Me perdonará estas líneas la suave y modesta criatura, a quien debo un momento inolvidable? ¿Me perdonará la Sta.

Elena suplicaba a su aya le perdonara lo que ella llamaba su culpable olvido de misma, y deploraba de antemano la pérdida de su generosa protectora; Marta, aunque medio muerta de inquietud, ocultaba su emoción para calmar la desesperación de su hija; y darle el valor necesario para soportar el cruel castigo que sin duda la esperaba.