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Actualizado: 15 de mayo de 2025
Después percibió un perfume de flores marchitas y vio esparcidos sobre la cama varios bouquets, que indudablemente habían servido de adorno a los cubiertos antes de comenzar el banquete. ¡Viva el arte! gritó Maltrana con una agitación que hizo reír a Feli . ¡Viva la eterna belleza! ¡Viva la juventud triunfante!
En cuanto sonaron las diez ambas hermanas se retiraron a sus respectivas habitaciones. Cecilia se echó una manta por encima de los hombros, apagó la luz y se sentó detrás de los cristales del balcón. Esperó una, dos horas. A las doce, próximamente, de la noche percibió entre los árboles dos sombras.
Su olfato percibió el olor de tabaco inglés ligeramente perfumado de opio que parecía flotar siempre en torno de su boca y sus patillas. ¿No era, pues, una ilusión haberle visto en el curso de su delirio? ¿Era realmente su voz la que había escuchado en medio de sus pesadillas?... El capitán rompió a reír, mostrando sus dientes largos amarilleados por la pipa.
Primero: aseguró un buen negocio contratando cierto trabajo de impresiones y etiquetas con un afamado industrial; segundo: percibió una herencia de ciento setenta mil reales; tercero: se sacó un segundo premio de lotería, importando cinco mil duros. ¿Qué tal?
Acercose todavía por ver si podía escuchar algo de su conversación; percibió algunas palabras sueltas, pues hablaban en voz alta, y al cabo de unos instantes creyó oír distintamente la siguiente frase en boca de García: «El pobre Tristán, aunque se cree un gran poeta, no pasa de ser una medianía.» Esta frase jamás fue pronunciada por el buen García, ni era posible, pero Tristán la oyó claramente.
Al penetrar en el despacho, Esteven se volvió, y percibió allá, en el fondo del salón rojo, a su cuñado, que le miraba, y se le antojó, porque otra cosa no podía ser, dada la distancia y la poca luz, que estaba alegre y se sonreía y hasta le sacaba la lengua; pura aprensión de su espíritu suspicaz, porque el otro, tan pronto como hubo conocido al visitante, se sumergió entre sus papeles, renegando, sin duda, de los negros que no tienen manos para cerrar las puertas.
Al cabo de este tiempo percibió un rechinamiento, como el de una gran llave dentro de una inmensa cerradura; después el sonido de un barrote de hierro rebotando por un extremo sobre otro cuerpo menos duro; después el chirrido de unos goznes roñosos..., y, por último, vió la luz de un farol muy ahumado, a cuyos débiles resplandores pudo observar que se había abierto enfrente una portalada.
Dentro percibió un hedor de muchedumbre enferma, miserable y amontonada, semejante al que se huele en un presidio ó un hospital pobre. Vió gentes que parecían locas ó estúpidas por el dolor. No conocían exactamente el lugar donde estaban; habían llegado hasta allí sin saber cómo.
Observando con atención sus relaciones con Fernanda, percibió en ellas un dejo de frialdad que no venía ciertamente de la rica heredera. Conoció que el conde se engañaba a sí mismo haciendo esfuerzos por quedar enamorado, y aún más por aparecerlo. Tomaba sus amores como una obligación honrosa que le exigían sus años y posición.
Dio varias vueltas por la casa, sin apartar el pensamiento y las miradas de los tabiques que separaban su cuarto del inmediato, y los tales tabiques se le antojaron transparentes, como delgadas gasas, que permitían ver todo lo que de la otra parte pasaba. Andando de puntillas por los pasillos y por la sala, percibió rumor de voces.
Palabra del Dia
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