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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Lázaro conocía hasta dónde llegaban el sutil ingenio de la niña y su candidez exenta de mojigatería; no se le ocultaba ninguna excelencia de condición y carácter; pero aquella noche se dijo que desde meses atrás hubiera podido dar detalles sobre la esbeltez del cuerpo, la pequeñez del pié, la roja frescura de la boca, o el delicioso mirar de las pupilas de Josefina.
¡Un anónimo! pensaba. Su indómita generosidad popular se despertó. La pequeñez de la villana acción se le hacía muy patente al ir a perpetrarla.
Ambos aguzaban su oído. «Ya no se oye nada observó Deogracias, poniéndose más estúpido . Se han ahogado...». No sabía el muy bruto la puñalada que daba a su ama con estas palabras. Jacinta, sin embargo, creía oír el gemido en lo profundo. Pero aquello no podía continuar. Empezó a ver la inmensa desproporción que había entre la grandeza de su piedad y la pequeñez del objeto a que la consagraba.
Dos relojes las repitieron juntos, casi al unísono, como si las campanadas del segundo fueran eco inmediato de las del primero: eran el del seminario y el del colegio. Aquella brusca llamada a las realidades irrisorias del día siguiente aplastó mi dolor bajo una sensación de pequeñez, y me alcanzó en plena desesperación como un golpe de férula.
La maya. Especie de pequeño gorrión, que como el anterior, abunda de un modo fabuloso; se reunen en grandes bandadas, y vistas de lejos, por su pequeñez, más parecen insectos que aves. Otros, sin ser de utilidad inmediata, podrían ser objeto de un activo comercio por la hermosura de su plumaje, que indududablemente tendría aceptación en el comercio para la aplicación del adorno de sombreros.
Así, pues, dijo levantando el sitio: Te doy las gracias por tu confianza y tus consejos, mamá. Pensaré en todo esto. Pero tú, hijo mío, ¿no tenías una confidencia que hacerme? Raúl sufrió un estremecimiento significativo. ¡Liette! La había olvidado. Además la situación no era ya la misma... Y respondió balbuciendo avergonzado y confuso: Nada, mamá, una pequeñez... Raúl se subió a su cuarto.
La arrogante walkiria, al pasear por el mundo su guerrero manto, había barrido entre aplausos y vítores aquellos ricos testimonios de adoración. Rafael sentía orgullo por ser su amigo; y al mismo tiempo reconocía su pequeñez; se asustaba de su atrevimiento amoroso, exagerando en su imaginación la diferencia que les separaba.
Hasta la bien calculada desproporción que existe entre sus figuras y el grandor descomunal de las rocas da al conjunto aspecto solemne por el contraste que forma la grandiosidad de la Naturaleza con la pequeñez humana.
Ana leía con el alma agarrada a las letras. Cuando concluía una página, ya su espíritu estaba leyendo al otro lado. Aquello sí que era nuevo. Toda la Mitología era una locura, según el santo. Y el amor, aquel amor, lo que ella se figuraba, pecado, pequeñez; un error, una ceguera. Bien había hecho ella en vivir prevenida.
En su cerrada mollera no entraban ni podían entrar otras luces sobre el santo ejercicio de la caridad; no comprendía que una palabra cariñosa, un halago, un trato delicado y amante que hicieran olvidar al pequeño su pequeñez, al miserable su miseria, son heroísmos de más precio que el bodrio sobrante de una mala comida. ¿Por ventura no se daba lo mismo al gato?
Palabra del Dia
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