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Actualizado: 11 de noviembre de 2025


Hacía tiempo que había muerto la tía, aquella doña Pepita, sencilla y devota, dejando sus bienes para la salvación del alma. El huerto y la casa azul eran ahora de su suegro, que había trasladado a su domicilio todo lo mejor, los muebles y los adornos comprados por Leonora en su época de aislamiento, mientras Rafael estaba en Madrid y soñaba ella en quedarse allí para siempre.

Pepita, fiando siempre en su gracioso desenfado, rayano del cinismo. Joaquinita perseguía a uno de los antequeranos con incansable brío, con una firme voluntad de hacerle suyo, digna, en verdad, de admiración.

847 Yo andaba ya desconfiando de la curación maldita, y dije: "Este no me quita la pasión que me domina; pues que viva la gallina, aunque sea con la pepita." 848 Ansí me dejaba andar, hasta que, en una ocasión, el Cura me echó un sermón, para curarme sin duda, diciendo que aquella viuda era hija de confisión.

Volvió, pues, Antoñona a casa de su dueño, muy satisfecha de misma y muy resuelta a disponer las cosas con tino para que el remedio que había buscado no fuese inútil, o no agravase el mal de Pepita en vez de sanarle.

Ahora, que estoy marcada y esclavizada, me abandona, y me vende, y me asesina. ¡Feliz principio quiere dar a sus misiones, predicaciones y triunfos evangélicos! ¡No será! ¡Vive Dios que no será! Este arranque de ira y de amoroso despecho aturdió al padre vicario. Pepita se había puesto de pie. Su ademán, su gesto tenían una animación trágica.

Yo no puedo leerlos todos; esto es un compromiso tremendo. Y digo que que los he leído. Sin embargo, no es bastante decir que los he leído: he de añadir lo que pienso de ellos. Yo, en realidad, Pepita, no pienso nada de la mayor parte de los libros que se publican. Pero a un hombre que escribe en los periódicos, ¿le es lícito no pensar nada de una cosa? ¡No, no!

El mismo imperio que ejerce Pepita sobre un hombre tan descreído como mi padre, sobre una naturaleza tan varonil y poco sentimental, tiene en verdad mucho de raro. No explican tampoco las buenas obras de Pepita el respeto y afecto que infunde por lo general en estos rústicos.

Doña Pepita le puso a Zalacaín delante de su hijo como un salvador, como un héroe. Al día siguiente, Rosita y su madre iban a San Sebastián, para marcharse desde allí a Logroño. Les acompañó Martín y su despedida fué muy afectuosa. Doña Pepita le abrazó y Rosita le estrechó la mano varias veces y le dijo imperiosamente: Vaya usted a vernos. , ya iré. Pero que sea de veras.

«Pepita: Esta mañana estaba yo acostado cuando he oído llamar a mi puerta. Eran las ocho. A estas horas no podía ser ningún madrileño: un madrileño no puede ir a visitar a las ocho de la mañana a nadie. ¡Sería una aberración! Luego este hombre debía de ser un hombre de provincias.

Sintió impulsos de romper en un himno á sus creencias humanas, como el fantástico doctor. Pero el miedo al ridículo le contuvo; su instinto le avisó el riesgo de alarmar á un alma soñolienta. , vida mía, tengo religión dijo evasivamente. Creo que el hombre debe ser bueno y feliz sobre la tierra y para ello trabajo. Pepita pareció no comprenderle y habló de su madre.

Palabra del Dia

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