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Actualizado: 11 de julio de 2025
Isabel se había ido aquellos días con su padre a Sanlúcar, a la boda de una prima suya. Pepita proseguía la persecución de Villa, y éste, desembarazado por la ausencia de Isabel, continuaba dando caza a la criadita de la casa en las mismas narices de la señorita.
Pepita Jiménez, a quien muchos han visto nacer, a quien vieron todos en la miseria, viviendo con su madre, a quien han visto después casada con el decrépito y avaro D. Gumersindo, hace olvidar todo esto, y aparece como un ser peregrino, venido de alguna tierra lejana, de alguna esfera superior, pura y radiante, y obliga y mueve al acatamiento afectuoso, a algo como admiración amantísima a todos sus compatricios.
-Déjese deso, señor -dijo Sancho-: viva la gallina, aunque con su pepita, que hoy por ti y mañana por mí; y en estas cosas de encuentros y porrazos no hay tomarles tiento alguno, pues el que hoy cae puede levantarse mañana, si no es que se quiere estar en la cama; quiero decir que se deje desmayar, sin cobrar nuevos bríos para nuevas pendencias.
Pepita, aunque la pregunta venía después de mucha broma, y pudiera tomarse por broma, y aunque inexperta de las cosas del mundo, por cierto instinto adivinatorio que hay en las mujeres y sobre todo en las mozas, por cándidas que sean, conoció que aquello iba por lo serio, se puso colorada como una guinda, y no contestó nada.
Fortuna ya la tienes, por la bondad de Dios, que ha derramado sus dones sobre tu padre. ¡Pues á casarse con un muchacho de porvenir y de talento, que sea en lo futuro un hombre de Estado, y se cubra de gloria sirviendo á Dios y á su país! Eso no es difícil encontrarlo. Ahí tienes, por ejemplo, á tu primo Urquiola. Pepita hizo un mohín de protesta. No: ese no.
Su porvenir le causaba á veces gran inquietud. Podía casarla con el hijo de otro potentado: un matrimonio de millonarios en el que no entrase para nada el amor. ¿Pero no era esto perpetuar en la hija la infelicidad del padre? Observaba á Pepita, y se entristecía, adivinando en ella una reproducción de su madre.
El padre vicario era tan bueno y tan humilde que, al decir las anteriores frases, estaba confuso y contrito, como si él fuese el reo y Pepita el juez.
Pepita no da sólo para los pobres, sino también para novenas, sermones y otras fiestas de iglesia. Si los altares de la parroquia brillan a veces adornados de bellísimas flores, estas flores se deben a la munificencia de Pepita, que las ha hecho traer de sus huertas.
Cristina dejó pasar mucho tiempo y cuando los arpegios del piano la hicieron saber que Pepita estaba en el salón, se dirigió con paso resuelto en busca de su marido. Tembló al dar un golpe en la puerta para anunciar su presencia. Se acordaba de los cuentos de la infancia; de aquellas niñas medrosas que iban en busca del ogro.
Porque lo que es con plena conciencia estoy convencido de que esta mujer no es coqueta ni sueña en ganarse voluntades para satisfacer su vanagloria. Hay sinceridad y candor en Pepita Jiménez. No hay más que verla para creerlo así.
Palabra del Dia
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