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Actualizado: 15 de junio de 2025
Era extraordinariamente delgado y bajo de cuerpo; tenía la nariz aguileña, el cabello entrecano y el rostro tan lleno de arrugas, que a primera vista aparecía estar sonriendo continuamente. Al verlo entrar en el estudio, su tío ni se inmutó ni se puso de pie: sólo dijo secamente, dirigiendo involuntaria mirada al retrato de César Borgia que pendía en uno de los muros.
Por otro lado pendía de la pared un cuadrito de marco ex-dorado, que encerraba las habilidades juveniles de la abuela de doña Leoncia, bordadora de lo más fino. Al lado de estos monumentos de familia estaban un par de figurines del Directorio y una Virgen del Pilar, simplemente pegada en la pared con cuatro obleas.
Del hombro izquierdo del arquero pendía un ferreruelo blanco, con la roja cruz de San Jorge en su centro. ¡Hola! exclamó guiñando rápidamente los ojos, deslumbrados por la brillante luz del hogar y de las antorchas. ¡Buena lumbre, buena compañía y buena cerveza!
Sin embargo, su rostro hubiera pasado por hermoso a no ser por la constante movilidad de sus pobladas cejas que se unían o se separaban, según la impresión del momento. Su traje no le distinguía en nada de un simple marinero; solamente llevaba dos áncoras de oro bordadas en el cuello de su grosera chaqueta, y un ancho puñal encorvado pendía de su cintura por un cordón de seda roja.
Qué gusto me da, señora duquesa, oírle razones que yo entiendo. Me hace usted vacilar.... El prelado permaneció pensativo. La duquesa dijo entre sí: «Esta pieza está cobrada. Cuidado que me dió guerra. La amenaza fué el balín que le hirió en mitad de la pechuga.» El prelado meditaba, bajos los ojos, dando vueltas con una mano a la cruz de topacios que pendía sobre su morado pecho.
Delante de la cruz pendía un farol, siempre encendido; y la cruz, emblema de salvación, servía de faro a los marineros; como si el Señor hubiera querido hacer palpables sus parábolas a aquellos sencillos campesinos, del mismo modo que se hace diariamente palpable a los hombres de fe robusta y sumisa, dignos de aquella gracia.
Mientras tanto Octavio separaba un lápiz de oro que pendía como dije de la cadena de su reloj, y volviendo un cartón del revés escribió estas palabras: «Adiós, dueño mío; voy á pensar en ti». Después presentó el cartón á su novia. La niña se rió, y pidiéndole el lápiz comenzó á borrar lenta y cuidadosamente lo escrito.
Freya fué instintivamente hacia ella, como un insecto hacia la luz, dejando á sus espaldas el cuarto sombrío y húmedo, cuyo papel pendía á trechos. «¡Qué hermoso!» El golfo, encuadrado por la ventana, parecía un lienzo con marco, un original vivo y palpitante de las infinitas copias esparcidas por el mundo.
Redújose á un círculo de latón de un palmo de diámetro y medio dedo de grueso, aunque solía dársele más, porque para algunos pilotos, cuanto más pesado por mejor la tenían. Pendía de una argolla por la que se introducía el dedo pulgar de la mano derecha, dejándolo colgar libremente.
Allá en el fondo entre las camas de los esposos pendía un crucifijo. En uno de los paseos los ojos de don Germán tropezaron con él. Quedó inmóvil, clavado al suelo, los ojos fijos en aquella imagen sangrienta. ¿Cuánto tiempo estuvo así? ¿Una hora? ¿Un minuto? Jamás pudo él mismo saberlo. Al fin dejó escapar un suspiro, se tapó el rostro con las manos y cayó de rodillas sollozando.
Palabra del Dia
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